Al menos la mitad del día lo pasaba a solas, en su casa.
Eso, bien pensado, es mucho.
Sin familia, sin amigos, sin compañeros de trabajo.
Trabajaba en casa, con su música, o escuchando la radio, siempre los mismos programas, a las mismas horas – que extraña inquietud le causaban los sustitutos temporales de los locutores de radio- incluso a veces con la tele de fondo, muy bajita, casi un rumor, esa extraña manera de sentirse acompañado.
También salía solo, muchas veces, se iba al cine, a pasear, a los bares del centro, de compras, se escapaba algún fin de semana a una gran ciudad europea.
Sin embargo, cuando sus amigos, orgullosos de su peculiar compañero de fatigas, le presentaban ante los demás como un tipo solitario, él se imaginaba a sí mismo en la cumbre de una montaña, en una playa desierta, perdido en medio del bosque.
Un escalofrío le recorría la espalda.
Hace 6 meses