viernes, 22 de mayo de 2009

En días como hoy: 6 escenas y un epílogo.


Escena primera
: habitación desordenada, la única luz llega a la estancia a través de las rendijas que deja la persiana.

La chica mira el reloj y decide que ya que está despierta, se va a al trabajo, aunque sea pronto y aún no hayan pasado ni 5 horas desde que se acostó. A continuación la chica se incorpora y nota un fuerte dolor de cabeza y una maullido insistente como únicos signos de la vida en la tierra y se dirige, resuelta, a la cocina.

Escena segunda: la cocina. Al otro lado del patio, un hombre en calzoncillos escruta el cielo preguntándose si realmente hace tanto calor como parece. En el suelo, la gata insiste en sus requerimientos.

La chica echa comida en el cacharro de la gata como quien apaga el despertador: para que se calle. Prepara la cafetera. Descubre enseguida que a la cafetera hay que ponerle café. Echa en el fregadero el agua hirviendo y la prepara de nuevo quemándose las manos. La pone al fuego y descubre enseguida la utilidad de la tapa de la cafetera cuando está cerrada. Limpia los azulejos blancos, echa un poco de leche fría y desayuna.

Escena tercera: Patio del edificio. La chica sale a la calle con su vestido de verano y sus cholas y se encuentra en el ascensor con su vecino de enfrente. Descubre que su vecino de enfrente conoce perfectamente sus horarios, lo que le causa una leve inquietud. Luego descubre que la primavera en Madrid nunca acaba de llegar del todo e intenta subir a abrigarse un poco mientras su vecino trata de retenerla en la calle alegando el calor que hace, mujer.

Escena cuarta: Entrada de la casa. La chica descubre que su casa tiene un peaje consistente en 5 granos de pienso, y que da igual que acabe de salir y te acabe de poner. Descubre también que la ropa no se lava sola.

Escena quinta: Quiosco de la esquina. La chica se dispone a comprar el periódico al señor ese que nunca le quiere dar una bolsa. En capítulos anteriores le ha dicho que es alérgica a la tinta, que por favor le de una bolsa, aunque sea usada. La chica dice esto porque ha percibido que el señor del quiosco lleva guantes, y que va a empatizar sin remedio. El señor le ha dado una del Día y del Carrefour, respectivamente. Hoy, sin embargo, el periódico viene en una preciosa bolsa de tela con asas trenzadas de cuerda, lo que hace que la chica entregue los diez euros y reciba la vuelta y eche la vuelta en el monedero cargado de tickets y bonos de metro usados sin dejar de mirar su preciosa bolsa del periódico reutilizable. Por pura intuición mira la cartera. No hay billetes. Dio diez euros, el periódico vale unodiez, sólo tiene dos euros y pico. La chica es de letras pero hasta ahí llega. La chica se dirige entonces al señor del quiosco y descubre dos cosas: 1. En los quioscos no se hace caja, por lo que es imposible saber si recibió o no los 5 euros; 2. Que el señor del quiosco al que no le gusta dar bolsas no es tan malo.

Escena sexta: Calle-de-camino-al-trabajo. La chica descubre que los señoras y señores jubilados pueden llegar a ser muy estrictos e incluso agresivos cuando se trata de la fila de la guagua. La chica camina con pasos muy largos, deseando con todas sus fuerzas que este post se termine justo aquí.

Escena final: la chica llega al trabajo, mira alrededor, analiza el percal y descubre, resignada, que hay días en los que este post no se acaba. Nunca.

martes, 12 de mayo de 2009

El mayor de mis tesoros

Madrid era el cielo.

Él era infinitamente tímido y delgado y nunca la miraba directamente a los ojos. Ella le contagiaba el entusiasmo de trasnochar y no ir nunca a clase. Volvían a casa tarde y despeinados, imaginando lo que pasaba dentro de las buhardillas iluminadas de La Latina.

- Algún día viviremos juntos en una buhardilla y tendremos un gato y un tocadiscos y un montón de libros desordenados. Deberíamos vivir juntos, nos llevaríamos bien.

Madrid era París, era Buenos Aires.

Él tenía ojos tristes y azules y caminaba mirando al suelo.
Contaba bajito historias imposibles en algún idioma desconocido.
Ella, los ojos de par en par, lo miraba nerviosa, impaciente, buscándolo tras el cristal.

Una tarde fría de aquel primer invierno ella cumplió 23 y no tenía tiempo que perder.
Madrid era París y era una fiesta.
Él apareció puntual y sacó del bolso un disco viejo, un disco usado, gastado de escucharlo.

- Es mi disco favorito - Dijo, mirándola a los ojos para que lo entendiera todo. Siempre ha sido un hombre de pocas palabras - Te lo regalo.

- Es mi mejor regalo- dijo ella, sinceramente, pero sin saber realmente hasta que punto lo era.

Luego fueron dos, y se fueron a vivir juntos, y llenaron la casa de libros, que ella se encargó de desordenar, y adoptaron un gato, y siguieron gastando el disco, y compraron otros, e incluso fueron a escucharlo en directo, y supieron que todo aquello tenía algún sentido, aunque no creyeran demasiado en los sentidos ocultos de las cosas que en sí mismas significan tanto.

¿qué haría mi animal si no supiera interpretar todas mis formas de mirar?



Hoy Madrid sólo es Madrid y está oscuro.

(Enlace)

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