miércoles, 9 de septiembre de 2009

Para empezar

Para R y B

Fui la primera en llegar - mesa para tres, por favor- y me senté a esperarlas.

Aquello recordaba tanto a nuestra comida semanal que era la comida semanal, aunque hiciera más de siete meses que no nos sentáramos las tres a comer un menú y arreglar el mundo en la hora de libertad, condicional y vigilada, que nos daban en el trabajo.

Todo había empezado porquesí. R y yo trabajábamos muy cerca, tanto que nos podíamos permitir incluso rescates de almuerzo diarios, y era un verdadero respiro encontrar a una amiga, escucharla, incluso olerla, en medio de aquella zona gris de torres de oficina y puertas de servicio. B trabajaba un poco más lejos, pero se consentía, algunas veces, bajar unas paradas de metro para comer con nosotras. Solía ser un mensaje a eso de las 11 de la mañana

- Chicas ¿comemos juntas?

Y comíamos. Y aquello se convertía en un ritual improvisado, evitábamos los restaurantes que frecuentaban los compañeros, tomábamos cañas, nos contábamos las miserias, por orden, y nos cuidábamos, y volvíamos a la oficina un poco borrachas y con superpoderes. Qué suerte.

En realidad, era todo una ceremonia orquestada y premeditada por B, que tenía turno de tarde y había decidido que necesitaba un cónclave semanal para sobrevivir sin las cañas de después del trabajo. A nosotras nos hacía mucha gracia lo en serio que se lo tomaba: el almuerzo semanal era irreductible, irrenunciable, insustituible.

Fue en uno de esos almuerzos que nos dijo que se iba, B.
En Madrid todo el mundo se está yendo todo el tiempo, así que no nos lo tomamos muy en serio. Hasta que se fue. Y luego yo dejé el trabajo en el barrio de los hombres grises, y R quedó abandonada a su suerte y se apuntó en clases de francés.

Por eso aquel almuerzo, una vida después, tenía algo de excepcional y todo de cotidiano.

R llegó enseguida, pero yo estaba al teléfono, así que no le hice mucho caso hasta que colgué, y era ella la que estaba al teléfono. Fue entonces cuando le vi la tristeza y los ojos colorados.
Crisis, no pasa nada, qué suerte de almuerzo semanal.

B llegó como un remolino, se sentó y empezó a hablar sin advertir los ojos colorados ni las caras de consternación. Cuando la informamos de la crisis, escuchó atenta todos los detalles que R podía relatar, entre sollozos, mientras daba largos sorbos a la cerveza y se lllenaba la boca de papas con alioli.

Tras una breve pausa nos miró, agitando de un lado a otro la cabeza, para por fin sentenciar, solemne, definitiva:

- Mira, él lo que necesita es comer más fruta y más verdura, para empezar.

A veces no sabe uno lo que mucho que echa algo de menos hasta que lo tiene delante.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

No es sólo cuestión de suerte



Gracias una vez más a mi To y la sala de conciertos que me monta en Casa Lavapiés de cuando en cuando.

Datos personales