lunes, 24 de noviembre de 2008

martes, 4 de noviembre de 2008

44. Mi mejor cliente o La culpa es de los padres

Un niño hace pruebas de spring: coge carrerilla desde la zona de infantil, en un extremo de la planta, y gana velocidad para frenarse justo en el estante de poesía de bolsillo, en el extremo opuesto. En su carrera se lleva por delante clientes incautos que buscaban libros entre las novedades de los mostradores del centro, y eso le gusta. Al poco ya no es suficiente, decide completar el ejercicio olímpico arrojando el dinonsaurio rojo que lleva en la mano desde el principio de las pruebas. Así que coge carrerilla y cuando alcanza la velocidad óptima lanza el pequeño dinosaurio, justo antes de estamparse, muerto de risa, en el estante de la poesía de bolsillo. El arma arrojadiza, de un plástico duro que podría confundirse con metal en una denuncia, sale disparado aleatoriamente, agrediendo estantes, libros y señores, al gusto. Los señores, y sobre todo las señoras, se indignan y miran hacia los lados, esperando que la madre de la criatura les oiga y, avergonzada, agarre del brazo al pequeño atila y salga del establecimiento, aprendiendo una lección sobre la educación de su prole.
La madre por fin llega, es una voz desde el otro lado del pasillo, el comienzo de la carrera, y avanza segura sobre sus tacones, cabeza alta, coge de la mano al monstruito y, divertida, se aleja con él, ante la mirada de indignación de la clientela.
El pequeño aún puede liberarse un instante de la mano de su madre, dar una última carrera hasta la escalera mecánica, regalándome un lanzamiento definitivo contra uno de los señores que barbarizaba.

Lo echo de menos.

43.Lapsus

- Perdona, ¿me puedes decir dónde puedo encontrar libros de Espido Lindo?
Es que por la L no la encuentro.

sábado, 1 de noviembre de 2008

42. La noche del terror

Son las 8.30, quizás las 9 de la noche. Se oye la ducha en el baño mientras yo veo morir a Don Vito Corleone. De pronto el timbre, y el saltito leve del cuerpo cuando se sorprende. No acierto siquiera a parar el DVD, me levanto y corro hacia la puerta, curiosa. A través de la mirilla las pequeñas cabecitas dan una imagen bastante cómica. Abro, y justo se les apaga la luz del pasillo.

¡Truco o trato!

Golpe maestro lo de la luz. Si llegan a decir suto o muete habría elegido muete.

- Un momento, un momento, voy a ver - y me doy la vuelta pensando que mi oferta de golosinas se resume a unas galletas dietéticas con frutas del bosque. Por supuesto, fue una ilusa si pensé que la marabunta iba a quedarse esperando en el quicio de la puerta a que yo volviera con el impuesto revolucionario. El cabecilla (uno con un traje de supermán) empujó la rendijita y los siete enanos y enanas se colaron en mi casa, con sus trajes, sus capas y sus bolsas de caramelos, y fueron directos a la atracción principal.

- ¡Mira!¡Un gato negro!

No, es un pitbull, lo que pasa es que está disfrazado de Haloween. A la pobre le habría venido bien, ser un pitbull, digo. Ella, que no tiene mucha simpatía por los niños, todo hay que decirlo, cuando vio a los 7 fantásticos, con sus trajes de princesas, vampiros o superhéroes, abalanzarse sobre su cuerpecito peludo, se convirtió en la pantera rosa recién centrifugada

- No, no, no la toquen, es una gata mala - o una serpiente venenosa, o el anticristo, o un jarrón chino.

Pero eran valientes, y yo que ya los veía irse con una r escarlata en la cara, saqué la caja de bombones artesanales que me trajo una amiga de chile, y decidí sacrificarlos por la causa - hay que ver lo que se agudiza el ingenio en los momentos desesperados.

- A ver. Uno por aquí, otro por aquí...

Todos los renacuajos abrían sus bolsitas de caramelos, um, qué rico, bombones, yo me lo como ahora, dijo uno que ya no sé sabía de qué color tenía pintada la cara... y las manos.

Sólo uno, con la bolsa pegada a su cuerpo, extendía la mano que tenía libre y en la que atesoraba tres o cuatro monedas, mirándome fijamente. No pude más que reir mientras le pedía que abriera la bolsa para darle el bombón (el bombón artesanal que repartía a las visitas en las grandes ocasiones, como la presley, y que se había convertido momentáneamente en el rescate a pagar por mi gata-esponja) y él lo hacía, cerrando cuidadosamente la mano para que no se cayeran las monedas. Claro, la crisis.

Volví al sillón. Ya Don Vito estaba en el suelo y su nieto corría por el jardín.
Rua vino a refugiarse bajo los cojines. Oí el timbre del vecino, y lo sentí levantarse y caminar hasta la puerta. Casi pude cantar a coro.

¡Suto o muete!

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