Hace 6 meses
jueves, 29 de enero de 2009
sábado, 24 de enero de 2009
lunes, 19 de enero de 2009
57-Error de cálculo
Cuando una se pierde hay que preguntarle a las viejitas. Esto es algo que todo el mundo sabe.
Yo me perdí en esas calles de edificios bajos, y sabía que estaba perdida, muy perdida, porque iba a un décimo piso, y los edificios que veía no pasaban, como mucho, del piso cuatro.
Intercepté a una viejita rápidamente. Disculpe señora, buenas tardes - a las viejitas hay que tratarlas con cariño para que no crean que eres una malincuente, con esos vaqueros y ese pañuelo, y ese abrigo y esos pelos - ¿me puede decir dónde queda la calle Almazán?
La señora me agarra del brazo, se da la vuelta y me da la vuelta a mí también - Sigues recto, y una, dos y tres, la tercera calle - coge mi cara, que la miraba a ella y la dirige hacia el lugar que me indica mientras da uno, dos y tres golpes de muñeca- la tercera calle, y si no es la tercera, vuelves a preguntar, pero creo que sí, la tercera calle.
Yo, que jamás cuestiono las indicaciones geográficas de un mujer con tal autoridad, caminé recto y firme, con las manos en los bolsillos, hacia la tercera calle, aunque seguía sin ver edificios de más de cuatro plantas.
Una, dos y tres. Esta no es. Mierda.
Dos policías municipales con sus chalequitos amarillo fosforescente y todo, se paseaban por la calle número tres.
Una de las principales funciones de los policías municipales, después de poner multas, es decir dónde están las calles. Esto es algo que todo el mundo sabe.
- ¿La calle Almazán? sí, creo que... eh... por allí... bajando ¿no?
Su compañero saca el callejero - Yo no lo sé, pero él sí - sonríe el joven, levantando levemente el callejero en su mano izquierda.
- No, no, si no hace falta, mira es... aquella, la del fondo, o quizás la de arriba, pero por allí abajo está- yo lo ignoro y miro al del callejero que por lo menos es humilde
- Espera hombre, que lo estoy buscando... ay, que esta página no era
- Trae anda, trae - llega un tercer policía, mayor, que sin preguntar nada nos mira atentamente a nosotros, y al callejero minúsculo que escrutamos - Buscamos la calle Almazán
- Almazán... Sí, esa está..., espera a ver- Los malos delinquiendo, los infractores infractuando, y nosotros cuatro allí, metidos en la página 128 del callejero.
De pronto, un super-viejito entra en escena, con su bastón, y me tira de la chaqueta.
- ¿Qué buscas hija?
- La calle Almazán
- ¿Número?
- 31
Entonces se me agarra con una mano, sosteniendo el bastón en la otra, y me lleva, eficiente, durante 600 o 700 metros hasta la misma puerta del número 31, mientras los policías se quedan, atónitos e inútiles, agarrados al callejero, y yo pongo en duda lo novedoso del google maps.
Era la cuarta calle.
Los policias municipales no sirven para nada más que para poner multas. Eso lo saben los viejos. Y ahora, yo.
Yo me perdí en esas calles de edificios bajos, y sabía que estaba perdida, muy perdida, porque iba a un décimo piso, y los edificios que veía no pasaban, como mucho, del piso cuatro.
Intercepté a una viejita rápidamente. Disculpe señora, buenas tardes - a las viejitas hay que tratarlas con cariño para que no crean que eres una malincuente, con esos vaqueros y ese pañuelo, y ese abrigo y esos pelos - ¿me puede decir dónde queda la calle Almazán?
La señora me agarra del brazo, se da la vuelta y me da la vuelta a mí también - Sigues recto, y una, dos y tres, la tercera calle - coge mi cara, que la miraba a ella y la dirige hacia el lugar que me indica mientras da uno, dos y tres golpes de muñeca- la tercera calle, y si no es la tercera, vuelves a preguntar, pero creo que sí, la tercera calle.
Yo, que jamás cuestiono las indicaciones geográficas de un mujer con tal autoridad, caminé recto y firme, con las manos en los bolsillos, hacia la tercera calle, aunque seguía sin ver edificios de más de cuatro plantas.
Una, dos y tres. Esta no es. Mierda.
Dos policías municipales con sus chalequitos amarillo fosforescente y todo, se paseaban por la calle número tres.
Una de las principales funciones de los policías municipales, después de poner multas, es decir dónde están las calles. Esto es algo que todo el mundo sabe.
- ¿La calle Almazán? sí, creo que... eh... por allí... bajando ¿no?
Su compañero saca el callejero - Yo no lo sé, pero él sí - sonríe el joven, levantando levemente el callejero en su mano izquierda.
- No, no, si no hace falta, mira es... aquella, la del fondo, o quizás la de arriba, pero por allí abajo está- yo lo ignoro y miro al del callejero que por lo menos es humilde
- Espera hombre, que lo estoy buscando... ay, que esta página no era
- Trae anda, trae - llega un tercer policía, mayor, que sin preguntar nada nos mira atentamente a nosotros, y al callejero minúsculo que escrutamos - Buscamos la calle Almazán
- Almazán... Sí, esa está..., espera a ver- Los malos delinquiendo, los infractores infractuando, y nosotros cuatro allí, metidos en la página 128 del callejero.
De pronto, un super-viejito entra en escena, con su bastón, y me tira de la chaqueta.
- ¿Qué buscas hija?
- La calle Almazán
- ¿Número?
- 31
Entonces se me agarra con una mano, sosteniendo el bastón en la otra, y me lleva, eficiente, durante 600 o 700 metros hasta la misma puerta del número 31, mientras los policías se quedan, atónitos e inútiles, agarrados al callejero, y yo pongo en duda lo novedoso del google maps.
Era la cuarta calle.
Los policias municipales no sirven para nada más que para poner multas. Eso lo saben los viejos. Y ahora, yo.
lunes, 5 de enero de 2009
54. Helarte
Tienda de arte. En realidad, tienda de materiales de arte. De artes plásticas. Una señora, lleva un abrigo extravagante, no parece muy caro, pero sí es ostentoso. Lleva anillos y pulseras porque ella también es ostentosa, un poco. La chica le empaqueta unos lienzos con bolsas de plástico, ella lleva en la mano unas pinturas. Parece ansiosa
- Mi niña no te vuelvas loca que tengo el coche ahí enfrente y lo meto así mismo - me mira y me sonríe. Le devuelvo la sonrisa. La dependienta, en un alarde de eficiencia navideña, sigue preparando el paquete - Estoy deseando llegar a mi casa para ponerme a pintar -Vuelve a mirarme sonriente, y guiña un ojo. Yo vuelvo a sonreir y pienso en sus cuadros, en los cuadros que creo que ella pintaría -De verdad, ya se está convirtiendo en una obsesión.
Por fin la dependienta termina de anudar las bolsas y se dispone a cobrar a la mujer. Ella le da un billete de cien euros que tenía ya agarrado desde hace un rato, con los dedillos metidos dentro del monedero. Preparados, listos.
Cien euros. Yo vuelvo a mirarla, y no puedo evitar volver a jugar al precio justo del abrigo, que sigue pareciéndome barato, quizás por lo ostentoso.
La eficiente dependienta coge el billete y lo pasa por la máquina que los comprueba, donde no parece entrar. La señora, escandalizada, le pregunta si es falso. "No, no - le responde la dependienta - sólo es que está un poco arrugado"
El billete lo oye y se pone firme, entrando por la maquinita y defendiendo el honor de su dueña
- Ah, qué susto- se lleva la mujer la mano a la boca haciendo tintinear las pulseras- si es que me lo acaban de dar, cambié uno de 500.
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