Suplicó a su padre que pasara por delante una vez más. Él, agotado, pero dispuesto a volver con la niña dormida a casa, dió la vuelta a la rotonda y repitió la procesión por delante del enorme castillo, que despuntaba en el centro de la ciudad, mientras ella, agazapada en la parte de atrás del coche, apretando con fuerza el abrigo entre las manos, miraba de reojo la enorme torre de piedra que desde tan cerca parecía aún más impresionante. Tampoco durmió esa noche.
La niña tiene miedo a las alturas – repetían los especialistas- tiene tanto vértigo que lo siente desde el suelo.
Sólo muchos años después, durante un fin de semana largo y gracias a la devaluación del dólar, descubrío la verdad, impertérrita en lo alto de un rascacielos de Manhattan.
La niña tiene miedo a las alturas – repetían los especialistas- tiene tanto vértigo que lo siente desde el suelo.
Sólo muchos años después, durante un fin de semana largo y gracias a la devaluación del dólar, descubrío la verdad, impertérrita en lo alto de un rascacielos de Manhattan.