Al menos la mitad del día lo pasaba a solas, en su casa.
Eso, bien pensado, es mucho.
Sin familia, sin amigos, sin compañeros de trabajo.
Trabajaba en casa, con su música, o escuchando la radio, siempre los mismos programas, a las mismas horas – que extraña inquietud le causaban los sustitutos temporales de los locutores de radio- incluso a veces con la tele de fondo, muy bajita, casi un rumor, esa extraña manera de sentirse acompañado.
También salía solo, muchas veces, se iba al cine, a pasear, a los bares del centro, de compras, se escapaba algún fin de semana a una gran ciudad europea.
Sin embargo, cuando sus amigos, orgullosos de su peculiar compañero de fatigas, le presentaban ante los demás como un tipo solitario, él se imaginaba a sí mismo en la cumbre de una montaña, en una playa desierta, perdido en medio del bosque.
Un escalofrío le recorría la espalda.
Hace 6 meses
2 comentarios:
Pero eso nos pasa a muchos en mayor o menor medida.
"A solas. Con gente. Realidad. Ficción. Es un ciclo."
Chuck Palahniuk
Un desasogante ahogo apareció una tarde de cine. A mi lado, dos personas se libraban de una película que no les gustaba con un chiste. Y a mí "La Soledad" de Jaime Rosales me atravesa como un puñal, mostrando la infinidad de momentos en que estamos sólos, desde un viaje en metro hasta la tristeza final de una muerte en soledad. Sí, escalofrío como dice Paula Roh, o tristeza por haber aprendido alguna de las desventajas del manual de esforzado ser humano al que le gustaría coger el cuento lleno de ventajas que Lorenzo escribe en "Lucía y el Sexo". Menos mal que el manual también tiene todas esas ventajas. Como el sol que se cuela entre el vaso y la chica que bebe, qué bonita foto.
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