sábado, 1 de noviembre de 2008

42. La noche del terror

Son las 8.30, quizás las 9 de la noche. Se oye la ducha en el baño mientras yo veo morir a Don Vito Corleone. De pronto el timbre, y el saltito leve del cuerpo cuando se sorprende. No acierto siquiera a parar el DVD, me levanto y corro hacia la puerta, curiosa. A través de la mirilla las pequeñas cabecitas dan una imagen bastante cómica. Abro, y justo se les apaga la luz del pasillo.

¡Truco o trato!

Golpe maestro lo de la luz. Si llegan a decir suto o muete habría elegido muete.

- Un momento, un momento, voy a ver - y me doy la vuelta pensando que mi oferta de golosinas se resume a unas galletas dietéticas con frutas del bosque. Por supuesto, fue una ilusa si pensé que la marabunta iba a quedarse esperando en el quicio de la puerta a que yo volviera con el impuesto revolucionario. El cabecilla (uno con un traje de supermán) empujó la rendijita y los siete enanos y enanas se colaron en mi casa, con sus trajes, sus capas y sus bolsas de caramelos, y fueron directos a la atracción principal.

- ¡Mira!¡Un gato negro!

No, es un pitbull, lo que pasa es que está disfrazado de Haloween. A la pobre le habría venido bien, ser un pitbull, digo. Ella, que no tiene mucha simpatía por los niños, todo hay que decirlo, cuando vio a los 7 fantásticos, con sus trajes de princesas, vampiros o superhéroes, abalanzarse sobre su cuerpecito peludo, se convirtió en la pantera rosa recién centrifugada

- No, no, no la toquen, es una gata mala - o una serpiente venenosa, o el anticristo, o un jarrón chino.

Pero eran valientes, y yo que ya los veía irse con una r escarlata en la cara, saqué la caja de bombones artesanales que me trajo una amiga de chile, y decidí sacrificarlos por la causa - hay que ver lo que se agudiza el ingenio en los momentos desesperados.

- A ver. Uno por aquí, otro por aquí...

Todos los renacuajos abrían sus bolsitas de caramelos, um, qué rico, bombones, yo me lo como ahora, dijo uno que ya no sé sabía de qué color tenía pintada la cara... y las manos.

Sólo uno, con la bolsa pegada a su cuerpo, extendía la mano que tenía libre y en la que atesoraba tres o cuatro monedas, mirándome fijamente. No pude más que reir mientras le pedía que abriera la bolsa para darle el bombón (el bombón artesanal que repartía a las visitas en las grandes ocasiones, como la presley, y que se había convertido momentáneamente en el rescate a pagar por mi gata-esponja) y él lo hacía, cerrando cuidadosamente la mano para que no se cayeran las monedas. Claro, la crisis.

Volví al sillón. Ya Don Vito estaba en el suelo y su nieto corría por el jardín.
Rua vino a refugiarse bajo los cojines. Oí el timbre del vecino, y lo sentí levantarse y caminar hasta la puerta. Casi pude cantar a coro.

¡Suto o muete!

2 comentarios:

Anónimo dijo...

jajajaja. Se. Te apareciste esta noche lluviosa.
Techo taanto de menos

YEYE dijo...

Pues para la víspera del 25 de diciembre te mando a mi Lucía pa que te pida el "aguinaldo"

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