En la sala de espera apenas seis personas aguardan que se abra la puerta de la consulta número cinco. Suena el picaporte y todos miran el vano. La bata blanca asoma, una pequeña señal con la cabeza, y el siguiente, que sabe que lo es, entra en la habitación, cerrando la puerta tras de sí.Una mujer, tiene una minifalda vaquera, unas medias de rejilla, unas botas con pelo sintético en el borde superior. No tiene edad para la minifalda, aunque quién sabe. Su cara dice que está cansada y que lo disimula. Su cuerpo permanece prundente, replegado sobre sí mismo.
A su lado, un hombre. Pantalones y camisa abierta hasta el tercer botón, cadena y cruz de oro, botas de la misma tienda de las de ella, tal vez por una oferta lleva dos y paga una y media.
De rejilla.
Están juntos, se nota, aunque cada uno respete escrupulosamente el espacio vital del otro. Se nota por la complicidad prudente, silenciosa. De pronto un niño entra en la escena, sube las escaleras corriendo, y corriendo llega hasta donde está el hombre, frenándose justo al final y cambiando la expresión cuando ve que la mujer le acompaña. Saluda al hombre, con un beso, sin dejar de mirarla. Luego saluda a la mujer, con un beso que ella alarga en una atrevida efusión sobre la pequeña mejilla, pero que corta en cuanto nota la resistencia corporal del pequeño. Este, una vez libre, se apresura a sentarse lejos, frente al hombre, en silencio y sin dejar de mirarla.
- Estás colorado, ¿Estuviste corriendo?
- Sí
- ¿Sí? ¿A qué jugaste?
- Al fútbol
- Qué bien
- Sí
La conversación es entre ellos. Mientras, la mujer permanece en silencio, con una sonrisa complaciente. El niño contesta a su padre sin dejar de mirarla, de reojo. Ella, incómoda, mira para otro lado, se coloca las medias, me mira a mí, me sonríe, mira la puerta cerrada y otra vez a mí, y cuando vuelve a la escena allí sigue la mirada, clavada sobre ella.
- ¿Tienes tareas para mañana?
- Sí
- ¿Qué tienes que hacer?
El niño abre la mochila azul, saca un libro forrado del Barco de Vapor y se lo da a su padre.
- ¿Todo esto te tienes que leer?
- No, sólo un poco
- ¿Hasta dónde? - Dice el padre, con el libro abierto en sus manos, sin moverlo. El niño duda - Ven, siéntate aquí y dime- El niño se levanta, sin soltar el asa de la mochila abierta, y mira a la mujer a la vez que se desplaza, muy despacio y sin darle la espalda, y se sienta al lado del hombre, al otro lado.
Ella me mira de nuevo y me regala una sonrisa triste, disculpándose. Yo se la devuelvo.
Suena por fin el picaporte y ella mira la puerta con un pequeño brinco, expectante, como un perro que espera que sea su dueño el que sube en el ascensor. La bata blanca le hace la señal y ella se levanta y va hacia la luz fluorescente, cojeando, arrastrando una de las piernas de rejilla, sin mirar al hombre, ni al niño, ni a mí, y cierra la puerta tras de sí como si no quisiera volver a abrirla.
El niño sonríe y suelta un suspiro. Un soplo sobre el cañón humeante de su revólver.
A su lado, un hombre. Pantalones y camisa abierta hasta el tercer botón, cadena y cruz de oro, botas de la misma tienda de las de ella, tal vez por una oferta lleva dos y paga una y media.
De rejilla.
Están juntos, se nota, aunque cada uno respete escrupulosamente el espacio vital del otro. Se nota por la complicidad prudente, silenciosa. De pronto un niño entra en la escena, sube las escaleras corriendo, y corriendo llega hasta donde está el hombre, frenándose justo al final y cambiando la expresión cuando ve que la mujer le acompaña. Saluda al hombre, con un beso, sin dejar de mirarla. Luego saluda a la mujer, con un beso que ella alarga en una atrevida efusión sobre la pequeña mejilla, pero que corta en cuanto nota la resistencia corporal del pequeño. Este, una vez libre, se apresura a sentarse lejos, frente al hombre, en silencio y sin dejar de mirarla.
- Estás colorado, ¿Estuviste corriendo?
- Sí
- ¿Sí? ¿A qué jugaste?
- Al fútbol
- Qué bien
- Sí
La conversación es entre ellos. Mientras, la mujer permanece en silencio, con una sonrisa complaciente. El niño contesta a su padre sin dejar de mirarla, de reojo. Ella, incómoda, mira para otro lado, se coloca las medias, me mira a mí, me sonríe, mira la puerta cerrada y otra vez a mí, y cuando vuelve a la escena allí sigue la mirada, clavada sobre ella.
- ¿Tienes tareas para mañana?
- Sí
- ¿Qué tienes que hacer?
El niño abre la mochila azul, saca un libro forrado del Barco de Vapor y se lo da a su padre.
- ¿Todo esto te tienes que leer?
- No, sólo un poco
- ¿Hasta dónde? - Dice el padre, con el libro abierto en sus manos, sin moverlo. El niño duda - Ven, siéntate aquí y dime- El niño se levanta, sin soltar el asa de la mochila abierta, y mira a la mujer a la vez que se desplaza, muy despacio y sin darle la espalda, y se sienta al lado del hombre, al otro lado.
Ella me mira de nuevo y me regala una sonrisa triste, disculpándose. Yo se la devuelvo.
Suena por fin el picaporte y ella mira la puerta con un pequeño brinco, expectante, como un perro que espera que sea su dueño el que sube en el ascensor. La bata blanca le hace la señal y ella se levanta y va hacia la luz fluorescente, cojeando, arrastrando una de las piernas de rejilla, sin mirar al hombre, ni al niño, ni a mí, y cierra la puerta tras de sí como si no quisiera volver a abrirla.
El niño sonríe y suelta un suspiro. Un soplo sobre el cañón humeante de su revólver.
8 comentarios:
¡Que maravilla!
A veces pienso que tienen que ser las gafas rojas esas que tienes las que te permiten ver cosas que los demás no vemos. Cosas que para los otros sólo existen cuando tú las nombras. Otras veces, la mayoría debo decir, pienso que lo que tienes es un don que por suerte compartes digitalmente… precioso Shei, precioso.
besos
(y yo que cuando voy al médico no hago más que emperretarme toda y asegurarme de que salgo entera de la consulta) (reverencia, 6)
Guau, o wow o...fruuuuuun!!! Taambién diría Oooooooohhhhhii!!! (afilando la i hasta romper los tímpanos). Sobretodo hoy, que es domingo y hay tanto que celebrar, la celebro también a usted, y a mí, y a la blogosferaaaaaaaaaaa!!!
Y fruuuuuinnnngggkkkkaaaaAAAAAAss! cahuuuuuuuufiiiiiiiiSSSSS!! Me enloqueces de forma natural.
Cuánta tristeza acumulada en los asientos de la sala de espera. Cuántas historias cotidianas entre sillas que se rozan con un poquito de humanidad. Me ha gustado mucho. David.
DANOS MÁS QUE HACE TIEMPO Q NO ESCRIBES!!!!! GRACIAS POR LA MÚSICA...
Si es que es la Amelie de Lavapiés, me cagüen to...
Buenísimo el cuento corto. Realmente bueno!
Me acuerdo que un año viví en un departamento 4rent en Argentina y ahí había miles de talleres de escritura brindados por la municipalidad. Fui a un par de clases y me sorprendió el buen nivel que hay en latinoamérica en el tema literario
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