La oficina de correos está cerca, apenas a 100, 200 metros del faro. Voy cargada de papeles, esperanzas en tiempo y forma, los cuentos que te cuento mientras duermes. Sólo me faltaría llevarlos enrollados dentro de una botella, sería más propio, pienso, sería también más caro, pienso, más caro, y con la bobería, ya gasto tanto dinero en lo que voy y vengo y mando e imprimo y un paquete de folios de 500, por favor. Olvidada la botella, entonces. Pienso.
Una mujer rubia, amable, sella mis papeles, otra mujer con monedas en una bolsa de plástico pregunta por si un pago es al mes, la mujer rubia, amable "no, anual" le dice ¿qué es "anual"? dice la mujer mientras hace un nudo en la bolsa de plástico, sucia, sobada, transparente. La mujer rubia me mira, sonríe nerviosa "una, una vez al año" dice mientras levanta apenas el dedo índice detrás del mostrador. La mujer, con la bolsa bien guardada ya dentro de una especie de riñonera, se ríe a cántaros, mientras se aleja "ah, es que yo no entiendo" dice, mientras ríe, como quien canta. La mujer rubia vuelve a la amabilidad y a mis papeles y me entrega el recibo.
Bajo las escaleras, una chica joven está sentada con su bebé en brazos, también está su madre, la abuela. Un chico, un hombre diría, en chándal, también con su madre, agasaja al niño "Hay que ver qué guapo eres, con esos ojos azules, vas a traer locas a las niñas, pero tú no hagas caso a las niñas, sólo a tu madre ¿eh?" La madre, la de él, interviene, "anda, anda, vamos," le dice, "que tú ya tienes tres". Y luego, mirando a la otra madre, a la otra abuela "La última de ocho meses, preciosa, pre-cio-sa" Más que el tuyo, mucho más, anda vamos, venga, a casa. Que me tienes contenta.
El hombre que vende los ciegos en la esquina tiene el hueco de un ojo tapado por la carne. Los dientes se le salen de la boca cerrada.
Hace sol y Chet Baker rebusca en el contenedor de mi casa. Ojalá que encuentre el pan con queso tierno.
Hay días en esta ciudad en los que tengo miedo de no volver a dormirme y olvidar los nombres de las cosas.
Una mujer rubia, amable, sella mis papeles, otra mujer con monedas en una bolsa de plástico pregunta por si un pago es al mes, la mujer rubia, amable "no, anual" le dice ¿qué es "anual"? dice la mujer mientras hace un nudo en la bolsa de plástico, sucia, sobada, transparente. La mujer rubia me mira, sonríe nerviosa "una, una vez al año" dice mientras levanta apenas el dedo índice detrás del mostrador. La mujer, con la bolsa bien guardada ya dentro de una especie de riñonera, se ríe a cántaros, mientras se aleja "ah, es que yo no entiendo" dice, mientras ríe, como quien canta. La mujer rubia vuelve a la amabilidad y a mis papeles y me entrega el recibo.
Bajo las escaleras, una chica joven está sentada con su bebé en brazos, también está su madre, la abuela. Un chico, un hombre diría, en chándal, también con su madre, agasaja al niño "Hay que ver qué guapo eres, con esos ojos azules, vas a traer locas a las niñas, pero tú no hagas caso a las niñas, sólo a tu madre ¿eh?" La madre, la de él, interviene, "anda, anda, vamos," le dice, "que tú ya tienes tres". Y luego, mirando a la otra madre, a la otra abuela "La última de ocho meses, preciosa, pre-cio-sa" Más que el tuyo, mucho más, anda vamos, venga, a casa. Que me tienes contenta.
El hombre que vende los ciegos en la esquina tiene el hueco de un ojo tapado por la carne. Los dientes se le salen de la boca cerrada.
Hace sol y Chet Baker rebusca en el contenedor de mi casa. Ojalá que encuentre el pan con queso tierno.
Hay días en esta ciudad en los que tengo miedo de no volver a dormirme y olvidar los nombres de las cosas.
2 comentarios:
Oh, oh, mola mucho. Aunque da un poco de miedo, vista así. La ciudad del faro, digo.
A mí también me da un poco Lup, a veces, cuando la veo así. Pero la verdad es que la sigo mirando por una rendijita mientras me tapo la cara con el cojín.
besos miles
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