En el barrio de señores grises y puertas de servicio en el que paso unas 10 horas diarias, a la salida del metro, justo detrás del luminoso que utilizo cada mañana para saber si llego tarde y si efectivamente tenía que haber cogido la otra chaqueta (nueve de la mañana, seis grados) han colocado, como estandarte del inicio de la campaña, una enorme bandera vertical asida a una farola en la que se puede leer (o más bien, por su tamaño, no se puede dejar de leer) "VOTA PP".
Esta visión matutina me genera una angustia inesperada. Hasta ahora, y más allá de la inquietud lógica que llevan consigo los comicios, la precampaña me estaba resultando bastante divertida, una amante de la propaganda ingeniosa como soy no podía desdeñar las llamadas de Rajoy para preguntar dónde estoy o la canción del jubilado de moratalaz, pasando por los sofisticados videos de Isabel Coixet o el poema de Benedetti en boca de tantos. Y es que, al fin y al cabo, la campaña electoral no es más que una campaña publicitaria.
Sin embargo, esta ostentonsa exaltación me deja consternada, y me paro a pensar cómo es posible que una sola banderola azul, color que se utiliza en los cuartos de los niños y las consultas médicas por su valor relajante, pueda provocarme esta inquietud, que ni tan siquiera calman el montón de manchitas rojas desperdigadas a lo largo de la calle.
Zapatero me mira, muy poco fotogénico.
Somos más, dice.
Miro a mi alrededor... y tengo mis dudas.
Hace 6 meses
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