jueves, 23 de octubre de 2008

35- Redacción: Lamigadelosanimales


Mi amiga Laura es veterinaria.

Tiene suerte, quiso serlo desde chiquitita.
Yo no estaba, pero me consta, eso y que estaba casi tan loca como ahora.

Tal vez todos quisimos serlo, veterinarios digo, de chicos.
Yo, al menos sí, tenía debilidad por los bichos; perros, gatos, hamsters (¿hámsteres?), pájaros... Las tortugas nunca me hicieron mucha gracia.
Mi vocación acabó aquella tarde, lo recuerdo como si fuera ayer, en la que vi a la veterinaria familiar (en mi casa tenemos de eso) apretar no sé qué glándulas apestosas del culo de nuestro perro.
Era una vocación bastante endeble.

Lo curioso de Laura, por tanto, no es su vocación temprana.
A ella, al contrario de casi todos los veterinarios vocacionales que se precien, no le gusta la clínica de pequeños.
No le gusta atender a esos seres peludos y mimados en brazos de sus dueños, probablemente más por los dueños histéricos que por los pequeños pacientes peludos, que al fin y al cabo no tienen la culpa de estar tan malcriados.Enlace
A Laura le gustan los bichos grandes, esas vacas de mirada tierna y vacía, de patas enormes, y sobre todo sus dueños, campechanos, amables, que invitan a café.

Mi amiga Laura es veterinaria, y trabaja en una clínica de pequeños.

Lo peor, sin duda, son los dueños.
A veces le dan ganas de colgarlos, y lo hace, de hecho, en su blog.

Tenemos suerte, gracias a esos arranques homicidas (simbólicos) podemos estar al día sobre productos de belleza inverosímiles, las ultimas tendencias en nombres de perro, y, sobre todo, de la pintoresca fauna de la clínica, y del barrio, y del bar de la esquina.
Cuando Laura habla (y escribe) de sus clientes lo hace con sorna, con ironía, nos arranca carcajadas y parece muy lejos de todas esas preocupaciones banales con los que la torturan, llamándola a horas intespestivas, tocándole en la ventanita de la puerta.
Sin embargo, no hay que creérselo mucho.
Yo la he visto desvivirse por explicarle a un dueño preocupado como bañar al mil leches con un producto especial para evitar esas escamitas en la piel, y asentir sonriente, casi enternecida, cuando el señor mira al suelo, sonrojado, y afirma "es que a esto- acariciando al chucho hasta casi desgastarlo-... sólo le falta hablar"

Hace unos años Laura recogió para mí, de entre gatos conjuntivíticos y moscas, una bola peluda de uñas y dientes, salvándola, - a ella, o a mí, o a ambas- , y que yo me he encargado de convertir - como buena dueña histérica, carne de blog - en una gata gorda y malcriada que le bufa cuando entra en casa, lo que a ella la enfada, o pone triste, o ambas cosas.
Parecería que sus diferencias son irreconciliables.
Sin embargo, no hay que creérselo mucho.
Yo las he visto quererse, cuando nadie mira.

Hace unos días unos ojos azules (azules azules) se cruzaron en la vida de mi amiga Laura y le volvieron el mundo del revés, sólo un ratito, lo suficiente.
Noté su tristeza al otro lado del teléfono. Esa tristeza inconsolable y silenciosa, y por silenciosa más inconsolable aún que cualquier llanto desatado.
Era pequeña y blanca, se llamaba Marlene, y nos tuvo a todos en vilo tres días. Era pequeña y blanca y casi la conocí, por las descripciones, por los parecidos, por la tristeza inconsolable.
Parecería que tanto esfuerzo no sirvió para mucho.
Sin embargo.

Mi amiga Laura es veterinaria, y no le gusta trabajar con animales pequeños.

Sin embargo, cuando está de vacaciones, se para hablar con los dueños que pasean a sus perros, y aprovecha para tocarlos, palparles el abdomen, revisarles los colmillos.


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