martes, 20 de noviembre de 2007

5- La despedida (1ª parte)

Respiró hondo y los pulmones se le llenaron de agua

Había llovido toda la noche y las hojas se pegaban al asfalto simulando papel pintado. Mirando desde un balcón se podían apreciar todas las tonalidades de marrones y verdes sobre el alquitrán. Si pintáramos esas hojas sobre el asfalto y pudiéramos pisarlas cada día, los inviernos deprimirían a menos gente. Como aquella vez que alguien pintó pescados de colores en la calle en la que vivíamos, un montón de peces de colores que remontaban la cuesta. Sólo fueron unas horas, a la mañana siguiente la eficiencia municipal lo había dejado todo en orden, pero durante esa noche todos nos bañamos en pleno invierno, en el centro de Madrid. Sobre todo tú, con tus ojos de agua, entre los pescados de colores.

Pero esa ya es otra historia.

Hoy el suelo estaba pintado de hojas de otoño, verdes y marrones, y cuando pasaban las chicas de los tacones de aguja haciendo equilibrio sobre los adoquines se las llevaban pinchadas en los zapatos.

Claro que eso él no lo vió, porque en su barrio no había árboles.

Pero sí se llenó los pulmones de agua cuando salió del portal, casi arrastrando su mochila de acampada. Miró a su alrededor, la calle empezaba a dejar de estar desierta y las paredes antiguas supuraban agua a través de la pintura. Subió unos metros, con dificultad, como si le pesaran los cuatro trapos que llevaba a cuestas, y se detuvo frente a una de las calles que salían desde la suya hacia la derecha. Lo que más le gustaba de su barrio era que las calles serpenteaban, haciendo que fuera imposible ver el otro lado desde uno de los extremos. Eso, aunque sin árboles, le confería cierto aire de bosque misterioso. Se colocó delante del callejón y apoyó lentamente la espalda sobre la pared mojada. Primero los hombros, y luego, poco a poco, el resto, mientras notaba como su abrigo se mojaba y se adhería a la pared. Dejó la mochila en el suelo sabiendo que también iba a mojarse pero no sin pararse a pensar, un segundo, si corría peligro su único libro, que visualizó en la parte alta, entre las camisetas, a salvo. Encendió un cigarro y pensó que se quedaría allí, estampándose en la pared, como el papel pintado y las hojas verdes y marrones que no podía ver en su barrio de callejones serpenteantes, hasta que el agua atravesara el abrigo y el pulóver y le mojara la espalda. Entonces, calado hasta los huesos, sabría que había llegado el momento de marcharse.
(Continuará)

4 comentarios:

Anónimo dijo...

el formato no conectado deberia actualizarse, sobretodo por los mirones que aveces hablan y luego no sabes si están ahí o ciertamente no....

tengo tantos colores ahora mismo en la cabeza!
Me haces falta como estimulante se!

te quiero

Anónimo dijo...

Que duras son las despedidas.
Pensaba que ibas a dejarlo pegado como a un poster en la pared.
Volvi a leerlo ahora por la tarde y me parecio mas de tarde. Supongo que eran los colores de las hojas.
Pero si sorprendentemente ahora llega el otoño a tu blog y a Madrid. Y yo comienzo a formar parte de este espacio hecho solo y unicamente con literatura. Literatura de peso, trabajada en la mañana, entre el sueño demasiado pronto abandonado, entre el amor demasiado pronto abandonado, entre un runrun demasiado pronto abandonado...
Entre una guaguilla roja haciendo malabarismos con las caras de mal humor, con los codos, con el asiento, buscando un sitio al boli y a la libreta para que puedan imaginar...
Literatura.
Sigue escribiendo por favor. No abandones esta vez a este pequeño blog que esta creciendo en un invierno otoñal del 2007.
T

Anónimo dijo...

Me empapaste

jotapunto dijo...

Le deseo buen viaje a este Holden Caulfield con mochila de acampada. Así lo veo yo.

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