Calle General Oraá, número 12.
No es la primera vez que voy, sin embargo tengo que volver a mirar el callejero del google maps, y apuntarme mis propias indicaciones a boli, y consultar la ruta más rápida en la página de metromadrid.
Tirso-Gran Vía en la azul, Gran vía- Rubén Darío en la verde.
Nada, ni me suena.
Es increible la mala memoria que tengo para estas cosas.
Llamo antes de salir, quiero saber hasta que hora puedo pedir el visado.
Hasta las 12, me contesta una voz familiar al otro lado del teléfono.
Son las 11.14.
¿A las 12?- Pregunto- ¿No me da tiempo?
Depende- contesta- ¿dónde estás?
Titubeo un poco, en mi casa, estoy a punto de decir, pero rectifico a tiempo, "aquí, en el centro" (que vengo siendo yo, al parecer)
Ah, pensé que estabas en andalucía, entonces no te habría dado tiempo.
Reconozco entonces, tras la voz y el acento familiar, el inconfundible sentido del humor del señordedetrásdelaventanilladelosvisados.
Soy canaria - aclaro- pero desde lavapiés ahí no me da tiempo de llegar antes de las 12.
Bueno venga, pues hasta las 12.30.
Cuando salgo del metro me doy de bruces con el mismo camino de la otra vez, y lo recuerdo, aunque sería incapaz de llegar a la embajada sin mi rudimentario planito.
De hecho, recuerdo incluso que la última vez hacía buen tiempo, y había un hombre afeitándose en una fuente de agua potable de las ramblas, entre los árboles.
Fuentes, árboles y pobres afeitados. Otra ciudad.
Por fin llego veo la bandera raída y sucia, que destaca entre el resto de embajadas glamurosas de la zona, y abro la pesada puerta de madera tras la que se abre la única estancia. Todos los presentes, más de los que objetivamente cabían en la habitación, se volvieron a mirarme. Sin excepción. Al final de la habitación se levanta un mostrador de madera y sobre él un cristal entero, que, más allá de la capacidad de transmisión sonora del pequeño agujerito ovalado que sirve para pasar los documentos, da la impresión de muro infranqueable, lo que hace que los usuarios peguen la cara al cristal desproporcionadamente, e incluso eleven la voz, haciendo partícipes de sus gestiones a todos los presentes. Eso, quieras que no, entretiene.
El turnomatic vacío me obliga a preguntar quiéndalavez. Por suerte dos señoras con un montón de recibos en la mano se han autodesignado encargadas de explicar a los recién llegados quiéndalavez, cómo va la cola, cuánto vale el trámite, los papeles que te faltan y lo que sea menester –deberían pagarles. Lo digo en serio.
Cuando estoy sentada en medio de estas dos señoras- una tiene que saber relacionarse- descubro que también son la radio local.
-Qué barbaridad, mientras siga entrando gente a entregar, a nosotras no nos toca nunca
- Es que de verdad, son las doce y media y siguen llegando... Estas cosas antes no pasaban
Yo, en el centro del partido de ping - pong, temerosa de que me quemen en la hoguera por haber entrado poco antes de las y veinte, hablo.
- Ay ¿No se pueden ya presentar papeles?
- Hasta las doce – me dice la señora de la derecha, llamémosla A, que estaba esperando mi pregunta.
- Ay, pues es que a mí me dijeron que hasta las 12 y media.
- Antes era así – apostilla la señora B, son todo un equipo- pero ahora lo cambiaron, y claro, hasta que no acaben de presentar los papeles, no nos entregan los visados.
- Y no pueden pasar ustedes en su turno...- pregunto, sinceramente sensibilizada con su drama humano.
- No No No – asegura la señora A y añade, bajito – Pasamos cuando Él quiera.
Las tres miramos a la ventanilla-muralla, para observar al señor que tiene nuestra mañana en sus manos.
- ¿Sabes cómo se llama?
La señora B niega con la cabeza
- Abderramán – dice una tercera señora, y ante nuestra mirara desconfiada añade -creo
- Es que aquí hay que venir sin horarios – dijo la señora B, sin dejar de mirar la ventanilla - ¿sabes? Sin nada que hacer después.
Justo en ese momento Abderramán le pide 8,50 al cliente de turno y yo recuerdo que no he traído dinero suelto ¿Habrá que pagar al pedir el visado o al recogerlo?
- Al pedirlo – dicen mis amigas al unísono- ¿no tienes dinero?
- No, pero voy a intentar que me coja los papeles y luego vengo a pagar.
- Já – la señora A no pudo evitar dar un respingo – mira a ver si tienes suerte, yo no sé si te va a dejar – bajando de nuevo la voz, como siempre que se referían a Abderramán, el supremo.
La próxima soy yo – menos mal que las señoras están al loro- así que me levanto y me acerco a la ventanilla. Ellas, desde las sillas, me dan ánimos “a ver si te lo coge, mi niña” dice una, “yo espero que sí” dice la otra.
El señor que está delante mía saca un billete de 50 euros. Abderramán se enfada “yo no tengo cambio, pregúntale a la chica”
Las risas socarronas no se hacen esperar “si la chica no trajo ni dinero” se encargan las señoras de informar a los parroquianos, que si no no entendían el chiste. Por fin el señor de delante encuentra el cambio y todos dejan de mirarme, todos menos las señoras, claro, que esperan a que me devoren los leones.
- Tú eres la del teléfono ¿no? lavapiés – me dice Abderramán para confirmar que nos conocemos, mientras yo le entrego la documentación en un mar de disculpas por lo del dinero. Mira la carta. Ministerio es gratis, dice, y yo respiro y miro a las señoras triunfante.
Vuelve a mirar la carta, y la solicitud, y la carta otra vez- ¿Dónde está tu amigo?- dice al fin
- En su casa – le digo, elevando la voz- en Las Palmas de Gran Canaria
- ¿Pero dónde?
- En su casa – digo, más alto, mientras Abderramán se desespera y me señala la solicitud donde pone “profesión: profesor de español en la Universidad de Argel” – Ahh, sí, sí, profesor de español, LECTORADO
- No posible
- Sí- digo, cada vez gritando más – LEC-TO-RA-DO
- No, no posible él profesor español en Argel si él nunca en Argel – vuelve a señalar la solicitud. Donde pone “¿Ha estado alguna vez en Argel?” puede leerse claramente “No”, justo debajo de la casilla de “apellido de soltera” – ¿Él ahora dónde?
- ¿Dónde trabaja?
- Sí donde trabajo
- No, el no trabajo
- ¿Universidad de Argel contrata a alguien no trabajo?- dice, presa de la indignación, mientras yo vuelvo a gritarle “LECTORADO, A-E-CI” pegando la cara al cristal
A esas alturas ya soy la comidilla de la sala. Un rumor, encabezado por las señoras, empieza a adueñarse de la habitación que una vez más, me mira al compás. Tengo la impresión de que van a intervenir de un momento a otro, cuando una mujer entra por la puerta como una exhalación y se acerca decidida a la ventanilla, colándose descaradamente a las señoras e interrumpiendo mi show.
- Abderramán – le dice- te traje el papel ¿qué tienes de lo mío?
- De lo tuyo nada hoy
- ¿Seguro? Bueno, pues te voy dando estas solicitudes, ¿vale? Míralas a ver si está todo...
El rumor de la sala aumenta, todos los presentes despotrican contra el nuevo fenómeno mediático, orquestadas por supuesto por las dos señoras, mientras yo aprovecho para escapar con el recibo, el teléfono y el fax que el ser supremo me ha dado para que el parado le explique cómo trabaja en la Universidad de Argel sin haber estado allí nunca, y aún puedo escuchar al vuelo un “qué verguenza”, “siempre igual” mientras dejo caer tras mi espalda la pesada puerta de madera.
No es la primera vez que voy, sin embargo tengo que volver a mirar el callejero del google maps, y apuntarme mis propias indicaciones a boli, y consultar la ruta más rápida en la página de metromadrid.
Tirso-Gran Vía en la azul, Gran vía- Rubén Darío en la verde.
Nada, ni me suena.
Es increible la mala memoria que tengo para estas cosas.
Llamo antes de salir, quiero saber hasta que hora puedo pedir el visado.
Hasta las 12, me contesta una voz familiar al otro lado del teléfono.
Son las 11.14.
¿A las 12?- Pregunto- ¿No me da tiempo?
Depende- contesta- ¿dónde estás?
Titubeo un poco, en mi casa, estoy a punto de decir, pero rectifico a tiempo, "aquí, en el centro" (que vengo siendo yo, al parecer)
Ah, pensé que estabas en andalucía, entonces no te habría dado tiempo.
Reconozco entonces, tras la voz y el acento familiar, el inconfundible sentido del humor del señordedetrásdelaventanilladelosvisados.
Soy canaria - aclaro- pero desde lavapiés ahí no me da tiempo de llegar antes de las 12.
Bueno venga, pues hasta las 12.30.
Cuando salgo del metro me doy de bruces con el mismo camino de la otra vez, y lo recuerdo, aunque sería incapaz de llegar a la embajada sin mi rudimentario planito.
De hecho, recuerdo incluso que la última vez hacía buen tiempo, y había un hombre afeitándose en una fuente de agua potable de las ramblas, entre los árboles.
Fuentes, árboles y pobres afeitados. Otra ciudad.
Por fin llego veo la bandera raída y sucia, que destaca entre el resto de embajadas glamurosas de la zona, y abro la pesada puerta de madera tras la que se abre la única estancia. Todos los presentes, más de los que objetivamente cabían en la habitación, se volvieron a mirarme. Sin excepción. Al final de la habitación se levanta un mostrador de madera y sobre él un cristal entero, que, más allá de la capacidad de transmisión sonora del pequeño agujerito ovalado que sirve para pasar los documentos, da la impresión de muro infranqueable, lo que hace que los usuarios peguen la cara al cristal desproporcionadamente, e incluso eleven la voz, haciendo partícipes de sus gestiones a todos los presentes. Eso, quieras que no, entretiene.
El turnomatic vacío me obliga a preguntar quiéndalavez. Por suerte dos señoras con un montón de recibos en la mano se han autodesignado encargadas de explicar a los recién llegados quiéndalavez, cómo va la cola, cuánto vale el trámite, los papeles que te faltan y lo que sea menester –deberían pagarles. Lo digo en serio.
Cuando estoy sentada en medio de estas dos señoras- una tiene que saber relacionarse- descubro que también son la radio local.
-Qué barbaridad, mientras siga entrando gente a entregar, a nosotras no nos toca nunca
- Es que de verdad, son las doce y media y siguen llegando... Estas cosas antes no pasaban
Yo, en el centro del partido de ping - pong, temerosa de que me quemen en la hoguera por haber entrado poco antes de las y veinte, hablo.
- Ay ¿No se pueden ya presentar papeles?
- Hasta las doce – me dice la señora de la derecha, llamémosla A, que estaba esperando mi pregunta.
- Ay, pues es que a mí me dijeron que hasta las 12 y media.
- Antes era así – apostilla la señora B, son todo un equipo- pero ahora lo cambiaron, y claro, hasta que no acaben de presentar los papeles, no nos entregan los visados.
- Y no pueden pasar ustedes en su turno...- pregunto, sinceramente sensibilizada con su drama humano.
- No No No – asegura la señora A y añade, bajito – Pasamos cuando Él quiera.
Las tres miramos a la ventanilla-muralla, para observar al señor que tiene nuestra mañana en sus manos.
- ¿Sabes cómo se llama?
La señora B niega con la cabeza
- Abderramán – dice una tercera señora, y ante nuestra mirara desconfiada añade -creo
- Es que aquí hay que venir sin horarios – dijo la señora B, sin dejar de mirar la ventanilla - ¿sabes? Sin nada que hacer después.
Justo en ese momento Abderramán le pide 8,50 al cliente de turno y yo recuerdo que no he traído dinero suelto ¿Habrá que pagar al pedir el visado o al recogerlo?
- Al pedirlo – dicen mis amigas al unísono- ¿no tienes dinero?
- No, pero voy a intentar que me coja los papeles y luego vengo a pagar.
- Já – la señora A no pudo evitar dar un respingo – mira a ver si tienes suerte, yo no sé si te va a dejar – bajando de nuevo la voz, como siempre que se referían a Abderramán, el supremo.
La próxima soy yo – menos mal que las señoras están al loro- así que me levanto y me acerco a la ventanilla. Ellas, desde las sillas, me dan ánimos “a ver si te lo coge, mi niña” dice una, “yo espero que sí” dice la otra.
El señor que está delante mía saca un billete de 50 euros. Abderramán se enfada “yo no tengo cambio, pregúntale a la chica”
Las risas socarronas no se hacen esperar “si la chica no trajo ni dinero” se encargan las señoras de informar a los parroquianos, que si no no entendían el chiste. Por fin el señor de delante encuentra el cambio y todos dejan de mirarme, todos menos las señoras, claro, que esperan a que me devoren los leones.
- Tú eres la del teléfono ¿no? lavapiés – me dice Abderramán para confirmar que nos conocemos, mientras yo le entrego la documentación en un mar de disculpas por lo del dinero. Mira la carta. Ministerio es gratis, dice, y yo respiro y miro a las señoras triunfante.
Vuelve a mirar la carta, y la solicitud, y la carta otra vez- ¿Dónde está tu amigo?- dice al fin
- En su casa – le digo, elevando la voz- en Las Palmas de Gran Canaria
- ¿Pero dónde?
- En su casa – digo, más alto, mientras Abderramán se desespera y me señala la solicitud donde pone “profesión: profesor de español en la Universidad de Argel” – Ahh, sí, sí, profesor de español, LECTORADO
- No posible
- Sí- digo, cada vez gritando más – LEC-TO-RA-DO
- No, no posible él profesor español en Argel si él nunca en Argel – vuelve a señalar la solicitud. Donde pone “¿Ha estado alguna vez en Argel?” puede leerse claramente “No”, justo debajo de la casilla de “apellido de soltera” – ¿Él ahora dónde?
- ¿Dónde trabaja?
- Sí donde trabajo
- No, el no trabajo
- ¿Universidad de Argel contrata a alguien no trabajo?- dice, presa de la indignación, mientras yo vuelvo a gritarle “LECTORADO, A-E-CI” pegando la cara al cristal
A esas alturas ya soy la comidilla de la sala. Un rumor, encabezado por las señoras, empieza a adueñarse de la habitación que una vez más, me mira al compás. Tengo la impresión de que van a intervenir de un momento a otro, cuando una mujer entra por la puerta como una exhalación y se acerca decidida a la ventanilla, colándose descaradamente a las señoras e interrumpiendo mi show.
- Abderramán – le dice- te traje el papel ¿qué tienes de lo mío?
- De lo tuyo nada hoy
- ¿Seguro? Bueno, pues te voy dando estas solicitudes, ¿vale? Míralas a ver si está todo...
El rumor de la sala aumenta, todos los presentes despotrican contra el nuevo fenómeno mediático, orquestadas por supuesto por las dos señoras, mientras yo aprovecho para escapar con el recibo, el teléfono y el fax que el ser supremo me ha dado para que el parado le explique cómo trabaja en la Universidad de Argel sin haber estado allí nunca, y aún puedo escuchar al vuelo un “qué verguenza”, “siempre igual” mientras dejo caer tras mi espalda la pesada puerta de madera.
2 comentarios:
Jajaja. Mi niña. La próximas vez (pasaportes de servicio, nuevos visados por tres meses...) se arranca y te invita a un té de menta a la sombra de la bandera. Que oye, raída y todo es una preciosidad.
que bien qué bien tu re-vuelta
A la vuelta yo también llegué tarde, unos veinte minutos, y Abderramán se había ido a comer. Nos sentaron a la Pecker y a mí en la sala vacía, en esa misma sala vacía sin señoras, y estuvimos leyendo los carteles y temiendo que se olvidaran de nosotros y nos viéramos obligados a pasar la noche allí. Al final apareció Abderramán, que no dejó de recordarme que todavía no había comido, y la importancia del almuerzo. Me dijo que me había salido gratis y que con aquel visado podría entrar en Argelia como en mi propia casa, y luego se puso a hablar en árabe con el portero que nos había franqueado el paso, y se rieron hasta que dejamos caer la pesada puerta de madera tras nuestras espaldas y nos coronó la bandera raída y sucia como anticipo. Gracias, linda.
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