En Tenerife hay una montaña que habla.
Lo descubrí un día con J. y M. Ellos me habían rescatado de un pueblo en el fin de mundo y me llevaban al aeropuerto, y cuando pasamos por delante me dijeron "mira, mira" Y vi esto:
Me pareció genial. Me hablaron del tipo que se levantaba de noche para ir a cambiar la frase más o menos una vez en semana. Me contaron que algunas veces, como aquella, ponía juegos de palabras, pero otras eran frases más poéticas, anímicas, arengas a la gente que iba en el coche o en la guagua y que a lo mejor se estaba tragando una estupenda caravana de camino al trabajo.
Yo me acordé de una vez, hace mucho tiempo, que N, L, B y yo decidimos hacer plantillas y llenar la ciudad de grafitis con versos, trozos de poemas. Poemas de otros. Nuestros favoritos.
Habíamos pensado en qué lugares los pondríamos, donde los viera mucha gente, donde pillaran por sopresa, donde inspiraran, sobre todo, al que leyera. Nos habíamos puesto hasta nombre. Nunca lo hicimos, pero lo pasamos tan bien planeándolo que casi recuerdo cómo hubiera sido.
M. me dijo que le gustaba pasar por allí esperando a que hubiera cambiado la frase, y pensando qué podría decirle a ella, esta vez, el poeta de la autopista.
Nos quedamos un momento callados. Yo pensé qué pondría si tuviera 20 metros para escribir lo que quisiera. Pensé que ahora cuando quiero poner algo en un muro voy al facebook. De hecho pensé en abrirlo y escribir, diligente, "se atormenta una vecina".
"Lo mejor" dijo M. de pronto "es que casi siempre acierta".
Esta semana Anoniman (nuestro nombre era más cursi, pero mucho mejor, se lo aseguro) no habla, susurra:
Yo me pregunto si hará mensajes por encargo.
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