Hace 6 meses
martes, 30 de diciembre de 2008
miércoles, 24 de diciembre de 2008
viernes, 19 de diciembre de 2008
viernes, 12 de diciembre de 2008
miércoles, 10 de diciembre de 2008
52. 1ªParte
En cuanto abrí el libro lo descubrí, horrorizado.
Había olvidado la pequeña cartulina roja que utilizo como marcador. Y digo bien, horrorizado, siempre me dicen que exagero con los adjetivos.
El drama no radicaba en si iba o no iba a encontrar la página en la que me había quedado, ya que estaba seguro de que era justo al comienzo del capítulo cinco, exactamente tras la aparición de Virginia y su restaurante macrobiótico. El problema era como marcar el final de mi lectura, que sería considerable tras un viaje tan largo, sin mutilar irremediablemente la página doblándole la esquinita superior y dejando para siempre la huella de mi ritmo de lectura, como si de una nueva capitulación se tratara. Odiaba esas marquitas indecentes y me negaba por completo a hacérselo a mi libro, aunque, como en este caso, se tratara de unas de esas feísimas ediciones de bolsillo que están hechas para llenarse de arena, mojarse de cerveza o arrugarse en el bolso entre metro y metro. Una de esas ediciones en las que la historia vive dentro como una promesa, sujetándose para no caerse, asegurándote que a pesar de todo es un libro de verdad. Aún así, no le haría eso a mi libro, bastante tenía. Prefería recordar la numeración, me quedé en la página 123, por ejemplo, aunque luego tuviera que mirar en la 231 y la 132 antes de encontrar el punto exacto, por que entre mis innumerables virtudes estaba la de recordarlo todo de forma fragmentada, como tras una borrachera.
Por ejemplo aquel día, en la ponencia del ciclo de Quiroga. Tú estabas entre el público, te habías sentado en la última fila, y tenías el cuerpo completamente volcado hacia el pasillo librándote de las cabezas que te impedían ver con comodidad la mesa. Cada vez que el moderador preguntaba ¿se oye bien? movías la cabeza levemente y muy rápido de un lado a otro, con un no desolado que no iba a ningún sitio pero que a ti te reconfortaba, de alguna manera. De ese día no recuerdo nada, o mejor, lo recuerdo todo, pero desordenado, hasta el punto que no sé si pasó en esa conferencia o en las que siguieron, en las que te buscaba entre el público para al fin verte atravesar la puerta tarde, despeinada. Creo que fue aquel día cuando, cansada de alongarte tanto, te levantaste, cargada con el bolso el abrigo y tres carpetas, y muy digna caminaste hacia la primera fila, siempre vacía, y te sentaste, tras una leve mirada hacia atrás -lo ven, no pasa nada, yo me siento aquí-. Entonces te pusiste a escucharme con tal dedicación que me sentí como un impostor a punto de ser descubierto.
No puedo recordar tu cara, en aquella imagen, ni lo que llevabas puesto, pero sí que olías a coco, y que me hiciste recordar a aquellos días de mi infancia en los que el sol era una fuente de vitamina a y no una amenaza para la salud, y las chicas se untaban de hawaian tropic antes de tumbarse a hacer top less entre las rocas.
Acto seguido imaginé tus tetas, claro, tus tetas untadas de hawaian tropic entre las rocas, y me puse tan nervioso como cuando intenté probar el consabido truco de imaginar a la gente desnuda para paliar los nervios de hablar en público- si alguien lo duda aún, es inútil, y diría más, contraproducente-.
La culpa es de mi imaginación, tan gráfica.
Tendría unos ocho años cuando lo descubrí. Almorzábamos y era domingo, porque había pollo, y yo peleaba con mi cuchillo romo por sacarle algo aun muslo resbaladizo y al limón, cuando mi hermano Alberto empezó a describir un gato muerto que había encontrado en el solar envuelto en una nube de moscas verdes . Él se fue a su cuarto castigado- “¡a tu habitación!”, un clásico de otra época- y yo comencé a mirar de otra forma a los pollos asados, y al gato. El proceso es sencillo: una imagen plástica, brillante, hiperrealista se clava en mi cerebro , y cuando creo que se ha ido regresa en forma de calambre, sólo un instante, suficiente para provocarme un escalofrío y evitar que coma pollo al limón.
El mal se intensificó con el tiempo, de manera que si un amigo de mis padres contaba que se había mareado en un viaje en barco, y describía brevemente su calvario del camarote al baño durante toda la travesía, yo podía imaginarlo tan claramente que en el momento menos pensado sentía mal de tierra y corría a vomitar; o si, por ejemplo. contaban en la tele cómo un perro mordía a un niño, pasaba a tenerle un miedo irracional a todos los perros, porque sólo con verlos podía sentir sus diéntes destrozándome la pierna. Una maldición.
La verdad es que en aquel momento, viéndote mirarme, completamente entregada, a metro y medio escaso de mí, pensé que podría seducirte - la erótica del escritor, ya se sabe-, te invitaría a un café cuando te acercaras a pedirme una firma, y acabaríamos en un historia de esas que termina contigo olvidándote de mí tras un fundido en negro, como debe ser. Pero no te invité al café, por que no te acercaste, saliste disparada cargada con el armario ropero que llevabas a cuestas según empezaron los aplausos.
Una mujer me mira, está sentada, y me mira desde abajo recordándome a algún animal que no consigo concretar, tal vez a la mezcla de varios. Nunca sé si la gente que me mira en el metro lo hace porque me reconoce o porque tengo la bragueta abierta, pero nunca compruebo la bragueta hasta que salgo del andén, por pura dignidad suicida.
Hubo otra charla, que no fue una charla, fue un curso, y tenía un descanso, no podías escaparte y por fin te pillé. Recuerdo cuando empezaste a hablar, la primera de una larga lista de conversaciones inocuas que realmente me desconcertaban. Era curioso ver moverse esos labios diminutos, en ese cuerpo diminuto y esa cara blanquísima llena de pecas. Querías escribir- cómo no- y me contabas tus historias sobre científicos de la nasa. “Nunca escribas de lo que no sabes” te dije, y un recuerdo vívido, en letra times 8 en el periódico local, me atravesó el pecho mientras disimulabas tu cara de desilusión. “Sólo sabe escribir sobre gente que escribe”, decían. Tuve que sacudir levemente la cabeza para quitarme el recuerdo de encima. Nunca sé si se notan esas cosas, si se notan debo parecer un tipo algo transtornado.
En realidad, me gusta que me miren. Eso es una suerte en esta profesión, porque básicamente el trabajo consiste en eso: te sientas en una mesa elevada delante de un grupo de gente que te mira, mientras el libro que has escrito descansa bajo tus manos sudorosas que lo martillean insistentes. Alguien dirá que entonces tu trabajo fue escribir el libro, y sí, eso sería lo lógico.
Entre mis pensamientos y el restaurante macrobiótico descubro algo dos vagones más allá. Para ser sincero estaba más en mis pensamientos y en la observación metódica de mis compañeros de viaje que en el pobre libro-promesa que sujetaba entre las manos, por eso fue sencillo detectar a través de los vagones la cubierta verde y lima flotando a la altura de mi rodilla. Seguí el rastro, no sin perder la pose, en cualquier momento podía ser descubierto. Pasé entre los pasajeros – perdón, disculpe- sorteando bolsos, carpetas y consolas portátiles, hasta que al fin me encontré frente a la chica que lo sostenía en sus manos, y me senté, justo delante, con mis rodillas a escasos centímetros de las suyas.
Había olvidado la pequeña cartulina roja que utilizo como marcador. Y digo bien, horrorizado, siempre me dicen que exagero con los adjetivos.
El drama no radicaba en si iba o no iba a encontrar la página en la que me había quedado, ya que estaba seguro de que era justo al comienzo del capítulo cinco, exactamente tras la aparición de Virginia y su restaurante macrobiótico. El problema era como marcar el final de mi lectura, que sería considerable tras un viaje tan largo, sin mutilar irremediablemente la página doblándole la esquinita superior y dejando para siempre la huella de mi ritmo de lectura, como si de una nueva capitulación se tratara. Odiaba esas marquitas indecentes y me negaba por completo a hacérselo a mi libro, aunque, como en este caso, se tratara de unas de esas feísimas ediciones de bolsillo que están hechas para llenarse de arena, mojarse de cerveza o arrugarse en el bolso entre metro y metro. Una de esas ediciones en las que la historia vive dentro como una promesa, sujetándose para no caerse, asegurándote que a pesar de todo es un libro de verdad. Aún así, no le haría eso a mi libro, bastante tenía. Prefería recordar la numeración, me quedé en la página 123, por ejemplo, aunque luego tuviera que mirar en la 231 y la 132 antes de encontrar el punto exacto, por que entre mis innumerables virtudes estaba la de recordarlo todo de forma fragmentada, como tras una borrachera.
Por ejemplo aquel día, en la ponencia del ciclo de Quiroga. Tú estabas entre el público, te habías sentado en la última fila, y tenías el cuerpo completamente volcado hacia el pasillo librándote de las cabezas que te impedían ver con comodidad la mesa. Cada vez que el moderador preguntaba ¿se oye bien? movías la cabeza levemente y muy rápido de un lado a otro, con un no desolado que no iba a ningún sitio pero que a ti te reconfortaba, de alguna manera. De ese día no recuerdo nada, o mejor, lo recuerdo todo, pero desordenado, hasta el punto que no sé si pasó en esa conferencia o en las que siguieron, en las que te buscaba entre el público para al fin verte atravesar la puerta tarde, despeinada. Creo que fue aquel día cuando, cansada de alongarte tanto, te levantaste, cargada con el bolso el abrigo y tres carpetas, y muy digna caminaste hacia la primera fila, siempre vacía, y te sentaste, tras una leve mirada hacia atrás -lo ven, no pasa nada, yo me siento aquí-. Entonces te pusiste a escucharme con tal dedicación que me sentí como un impostor a punto de ser descubierto.
No puedo recordar tu cara, en aquella imagen, ni lo que llevabas puesto, pero sí que olías a coco, y que me hiciste recordar a aquellos días de mi infancia en los que el sol era una fuente de vitamina a y no una amenaza para la salud, y las chicas se untaban de hawaian tropic antes de tumbarse a hacer top less entre las rocas.
Acto seguido imaginé tus tetas, claro, tus tetas untadas de hawaian tropic entre las rocas, y me puse tan nervioso como cuando intenté probar el consabido truco de imaginar a la gente desnuda para paliar los nervios de hablar en público- si alguien lo duda aún, es inútil, y diría más, contraproducente-.
La culpa es de mi imaginación, tan gráfica.
Tendría unos ocho años cuando lo descubrí. Almorzábamos y era domingo, porque había pollo, y yo peleaba con mi cuchillo romo por sacarle algo aun muslo resbaladizo y al limón, cuando mi hermano Alberto empezó a describir un gato muerto que había encontrado en el solar envuelto en una nube de moscas verdes . Él se fue a su cuarto castigado- “¡a tu habitación!”, un clásico de otra época- y yo comencé a mirar de otra forma a los pollos asados, y al gato. El proceso es sencillo: una imagen plástica, brillante, hiperrealista se clava en mi cerebro , y cuando creo que se ha ido regresa en forma de calambre, sólo un instante, suficiente para provocarme un escalofrío y evitar que coma pollo al limón.
El mal se intensificó con el tiempo, de manera que si un amigo de mis padres contaba que se había mareado en un viaje en barco, y describía brevemente su calvario del camarote al baño durante toda la travesía, yo podía imaginarlo tan claramente que en el momento menos pensado sentía mal de tierra y corría a vomitar; o si, por ejemplo. contaban en la tele cómo un perro mordía a un niño, pasaba a tenerle un miedo irracional a todos los perros, porque sólo con verlos podía sentir sus diéntes destrozándome la pierna. Una maldición.
La verdad es que en aquel momento, viéndote mirarme, completamente entregada, a metro y medio escaso de mí, pensé que podría seducirte - la erótica del escritor, ya se sabe-, te invitaría a un café cuando te acercaras a pedirme una firma, y acabaríamos en un historia de esas que termina contigo olvidándote de mí tras un fundido en negro, como debe ser. Pero no te invité al café, por que no te acercaste, saliste disparada cargada con el armario ropero que llevabas a cuestas según empezaron los aplausos.
Una mujer me mira, está sentada, y me mira desde abajo recordándome a algún animal que no consigo concretar, tal vez a la mezcla de varios. Nunca sé si la gente que me mira en el metro lo hace porque me reconoce o porque tengo la bragueta abierta, pero nunca compruebo la bragueta hasta que salgo del andén, por pura dignidad suicida.
Hubo otra charla, que no fue una charla, fue un curso, y tenía un descanso, no podías escaparte y por fin te pillé. Recuerdo cuando empezaste a hablar, la primera de una larga lista de conversaciones inocuas que realmente me desconcertaban. Era curioso ver moverse esos labios diminutos, en ese cuerpo diminuto y esa cara blanquísima llena de pecas. Querías escribir- cómo no- y me contabas tus historias sobre científicos de la nasa. “Nunca escribas de lo que no sabes” te dije, y un recuerdo vívido, en letra times 8 en el periódico local, me atravesó el pecho mientras disimulabas tu cara de desilusión. “Sólo sabe escribir sobre gente que escribe”, decían. Tuve que sacudir levemente la cabeza para quitarme el recuerdo de encima. Nunca sé si se notan esas cosas, si se notan debo parecer un tipo algo transtornado.
En realidad, me gusta que me miren. Eso es una suerte en esta profesión, porque básicamente el trabajo consiste en eso: te sientas en una mesa elevada delante de un grupo de gente que te mira, mientras el libro que has escrito descansa bajo tus manos sudorosas que lo martillean insistentes. Alguien dirá que entonces tu trabajo fue escribir el libro, y sí, eso sería lo lógico.
Entre mis pensamientos y el restaurante macrobiótico descubro algo dos vagones más allá. Para ser sincero estaba más en mis pensamientos y en la observación metódica de mis compañeros de viaje que en el pobre libro-promesa que sujetaba entre las manos, por eso fue sencillo detectar a través de los vagones la cubierta verde y lima flotando a la altura de mi rodilla. Seguí el rastro, no sin perder la pose, en cualquier momento podía ser descubierto. Pasé entre los pasajeros – perdón, disculpe- sorteando bolsos, carpetas y consolas portátiles, hasta que al fin me encontré frente a la chica que lo sostenía en sus manos, y me senté, justo delante, con mis rodillas a escasos centímetros de las suyas.
Continuará
sábado, 6 de diciembre de 2008
viernes, 5 de diciembre de 2008
51. Vida familiar
- Amor - voz de broncaconcariño
- Qué
- Yo sé que tú muy ecológica no eres, pero no es bueno que la caldera esté encendida de la mañana a la noche
- No ha estado encendida todo el día- pongo la ropa en el tendero con mala leche
- No, que va
- Pues no
- Bueeeeno
- De verdad que no, la acabo de encender ahora, cuando tú llegaste.
- Yo sólo digo que no es bueno, ni para ti, ni para la caldera, ni para la factura, ni para el planeta.
- Pues vale
- Pero no te enfades
- mmm - la pago con los calcetines empapados
- Haz lo que quieras, sólo es una opinión
- No, no, vale. Pero si tengo frío...
- ¿Te pones un abriguito?
- mmm
Va a ducharse, coloca la toalla, enciende el termo y apaga la calefacción. Luego oigo la puerta del baño, que se cierra.
-¡Pues así más nunca se te va a secar la ropa!
Y escondo la mano
- Qué
- Yo sé que tú muy ecológica no eres, pero no es bueno que la caldera esté encendida de la mañana a la noche
- No ha estado encendida todo el día- pongo la ropa en el tendero con mala leche
- No, que va
- Pues no
- Bueeeeno
- De verdad que no, la acabo de encender ahora, cuando tú llegaste.
- Yo sólo digo que no es bueno, ni para ti, ni para la caldera, ni para la factura, ni para el planeta.
- Pues vale
- Pero no te enfades
- mmm - la pago con los calcetines empapados
- Haz lo que quieras, sólo es una opinión
- No, no, vale. Pero si tengo frío...
- ¿Te pones un abriguito?
- mmm
Va a ducharse, coloca la toalla, enciende el termo y apaga la calefacción. Luego oigo la puerta del baño, que se cierra.
-¡Pues así más nunca se te va a secar la ropa!
Y escondo la mano
miércoles, 3 de diciembre de 2008
50- Aguafiestas
Era fiesta, o lo parecía, los niños del barrio corrían abajo y arriba por la cuesta y se organizaban en comandos, como si tuvieran entre manos algo de vital importancia, como tirar petardos o echar jabón en la fuente posmoderna de la plaza recién estrenada.
Efectivamente, era fiesta, habían cerrado un locutorio y la calle estaba llena de tablas y trozos de madera, con sus clavos y sus tachas, pero llenas de posibilidades para aquellas cabecillas que corrían desesperadas de arriba abajo en grupos, apropiándose de las tablas antes que el camión de la basura. Cuando salí del portal casi me atropellan, pero tuve que reirme al ver el destino de aquellas maderas llenas de astillas. Al final de la calle los niños tumbaban las tablas sobre la empinada escalera que salvaba la cuesta y se lanzaban sobre ella, aterrizando minutos después en los adoquines de la plaza, donde, magullados y doloridos, seguro, los niños de mi barrio, que son como los de un anuncio de benetton, pero despeinados, se levantaban y volvían a subir la escalera por el otro lado con su tabla a cuestas para volver a lanzarse, de dos en dos en las más grandes, de uno en uno y haciendo carreras sobre las pequeñas.
Efectivamente, era fiesta, habían cerrado un locutorio y la calle estaba llena de tablas y trozos de madera, con sus clavos y sus tachas, pero llenas de posibilidades para aquellas cabecillas que corrían desesperadas de arriba abajo en grupos, apropiándose de las tablas antes que el camión de la basura. Cuando salí del portal casi me atropellan, pero tuve que reirme al ver el destino de aquellas maderas llenas de astillas. Al final de la calle los niños tumbaban las tablas sobre la empinada escalera que salvaba la cuesta y se lanzaban sobre ella, aterrizando minutos después en los adoquines de la plaza, donde, magullados y doloridos, seguro, los niños de mi barrio, que son como los de un anuncio de benetton, pero despeinados, se levantaban y volvían a subir la escalera por el otro lado con su tabla a cuestas para volver a lanzarse, de dos en dos en las más grandes, de uno en uno y haciendo carreras sobre las pequeñas.
Era el aguasur.
Tuve que quedarme unos minutos allí parada, contemplando la escena, los niños que aún no habían bajado y oían el barullo por las ventanas salían de sus casas y corrían calle arriba a ver si aún podían apropiarse de algún tablón; los que ya estaban en el juego se chocaban, se daban golpes al caer, y se quemaban los pantalones contra la acera, pero no paraban de reírse.
En esto estábamos, ellos y yo, cuando una señora oriunda de lavapies (pero de lavapiés lavapiés, eh?, que solían enfatizar los oriundos, no te fueras a pensar que vinieron en patera) se quedó, como yo, atónita mirando la escena, poniéndose roja por momentos. Del cabreo.
Les tocaba en ese momento a dos niños, uno, negro tizón, tenía una pequeña deformación en una de las orejas y una cara de trasto que daba hasta miedo. El otro, blanquito y rubio, con tanta cara de bicho como el primero. Cuando se disponían a tirarse escaleras abajo, escucharon, como yo, que el murmullo creciente de improperios de la señora se volvía un mensaje comprensible y venía a decir algo así cómo "qué verguenza, y los que tenemos que bajar por la escalera, ¿qué?, ¿eh? ¿qué?"
El niño-tizón se rió y agarró la tabla con cara de velocidad. El angelito de Velázquez lo agarró del brazo - tiene razón- le dijo- hay que dejar pasar a la señora.
El primero puso cara de avergonzado, retiró la tabla y dejó pasar a la señora. Yo, que me los quería comer a los dos a besos, ya seguía mi camino, reconciliada con el género humano, y pensando en la ironía de los protectores de enchufes de las casas, cuando vi a la oriunda que paraba un momento en el segundo escalón, se acercaba al niño que sujetaba el tablón complaciente y le decía "verás que pierdes la otra oreja"
Entonces empujé a la señora que cayó rodando escaleras abajo, entre aplausos de los transeúntes.
El papel lo aguanta todo ¿no?
Les tocaba en ese momento a dos niños, uno, negro tizón, tenía una pequeña deformación en una de las orejas y una cara de trasto que daba hasta miedo. El otro, blanquito y rubio, con tanta cara de bicho como el primero. Cuando se disponían a tirarse escaleras abajo, escucharon, como yo, que el murmullo creciente de improperios de la señora se volvía un mensaje comprensible y venía a decir algo así cómo "qué verguenza, y los que tenemos que bajar por la escalera, ¿qué?, ¿eh? ¿qué?"
El niño-tizón se rió y agarró la tabla con cara de velocidad. El angelito de Velázquez lo agarró del brazo - tiene razón- le dijo- hay que dejar pasar a la señora.
El primero puso cara de avergonzado, retiró la tabla y dejó pasar a la señora. Yo, que me los quería comer a los dos a besos, ya seguía mi camino, reconciliada con el género humano, y pensando en la ironía de los protectores de enchufes de las casas, cuando vi a la oriunda que paraba un momento en el segundo escalón, se acercaba al niño que sujetaba el tablón complaciente y le decía "verás que pierdes la otra oreja"
Entonces empujé a la señora que cayó rodando escaleras abajo, entre aplausos de los transeúntes.
El papel lo aguanta todo ¿no?
Etiquetas:
Lavapiés,
Paula Roth,
Pura coincidencia
49. El mejor amigo del hombre
Dos chicos y una chica, orondos los tres. Llegan juntos, y se coloca cada uno en un mueble. El chico se va hacia atrás y echa un vistazo distraído sobre los libros de misterio; una de las chicas se sitúa en la última mesa de literatura española y comienza a toquetear los libros de Vila Matas y la otra se pone frente a mí y me sonrie. Por un momento parece un atraco.
- Hola, qué tal, era para preguntarte por un libro de Josep Thomas
- Ajá, Josep Tho ¿sabes usted cómo se escribe?¿con th?
- Sí, sí, con th ¿no?
- A ver... no, no hay resultados así
- Prueba con h en Jhosep
- ¿Después de la jota? no pega ¿no? a ver... no, tampoco
- O despues de la p
- No, no hay resultados... ¿Sabe usted el nombre del libro?
- Eh... sí... Eh.... Alberto, ¿cómo era? - la mujer miró a Alberto que tenía la cabeza enterrada entre las páginas de un libro de Stephen King y no le contestó, me miró a mí de nuevo- Era"- murmullo ininteligible- el mejor amigo del hombre"
Escribo en el ordenador "El perro el mejor amigo del hombre", aunque tengo mis dudas
- Ehhh, no hay ningún libro con ese nombre y con un autor parecido
- ¿No? pues... Alberto, ¿no era así? "-murmullo ininteligible- el mejor amigo del hombre"- Alberto asiente sin sacar la cabeza del libro de King, que podía haber estado al revés
- ¿Cómo?
- "El - murmullo otra vez- el mejor amigo del hombre"
- Perdona - sonrío- es que no te entiendo
La chica se ríe, y se acerca a mí, confidente
- El pene, el mejor amigo del hombre
- Ahhh, el pene, sí, así sí, es que es Josep Tomas, así sin hache ni nada- La chica se sonroja, y se ríe como una niña, mientras piensa que lo peor ya pasó -No lo tengo disponible, pero puedo hacer un pedido
-Ajá, un pedido... no sé, es que no somos de aquí...
Entra entonces en juego la segunda chica, la que manosea a Vila Matas, y se acerca un poco, aunque no demasiado, como si pasara por allí, dispuesta a salir corriendo en cualquier momento y jurar que no los conocía de nada, y dice:
- Lo puedes pedir, lo puedes pedir si quieres y yo lo vengo a buscar- eso, valiente ¿y te atreverás a pedirlo en el mostrador?
Ya se giran las dos y miran a Alberto, que es un enorme tomate con patas
- Alberto, ¿qué hacemos? ¿Lo pedimos?, Maruchi dice que ella lo viene a buscar - Y Maruchi mira a Alberto con cara de sí, yo me atrevo, que soy una mujer moderna del siglo XXI
Alberto saca la cabeza roja del libro que podía haber estado al revés, mira a su novia lastimoso y sube los hombros al compás - ¿Sí?- Alberto vuelve a subir los hombros
- Venga, lo pedimos
- Muy bien- y juro que no disfruté con esto- pues acérquense por favor al mostrador central, que es ahí dónde le tienen que hacer el pedido a mis compañeros.
- Hola, qué tal, era para preguntarte por un libro de Josep Thomas
- Ajá, Josep Tho ¿sabes usted cómo se escribe?¿con th?
- Sí, sí, con th ¿no?
- A ver... no, no hay resultados así
- Prueba con h en Jhosep
- ¿Después de la jota? no pega ¿no? a ver... no, tampoco
- O despues de la p
- No, no hay resultados... ¿Sabe usted el nombre del libro?
- Eh... sí... Eh.... Alberto, ¿cómo era? - la mujer miró a Alberto que tenía la cabeza enterrada entre las páginas de un libro de Stephen King y no le contestó, me miró a mí de nuevo- Era"- murmullo ininteligible- el mejor amigo del hombre"
Escribo en el ordenador "El perro el mejor amigo del hombre", aunque tengo mis dudas
- Ehhh, no hay ningún libro con ese nombre y con un autor parecido
- ¿No? pues... Alberto, ¿no era así? "-murmullo ininteligible- el mejor amigo del hombre"- Alberto asiente sin sacar la cabeza del libro de King, que podía haber estado al revés
- ¿Cómo?
- "El - murmullo otra vez- el mejor amigo del hombre"
- Perdona - sonrío- es que no te entiendo
La chica se ríe, y se acerca a mí, confidente
- El pene, el mejor amigo del hombre
- Ahhh, el pene, sí, así sí, es que es Josep Tomas, así sin hache ni nada- La chica se sonroja, y se ríe como una niña, mientras piensa que lo peor ya pasó -No lo tengo disponible, pero puedo hacer un pedido
-Ajá, un pedido... no sé, es que no somos de aquí...
Entra entonces en juego la segunda chica, la que manosea a Vila Matas, y se acerca un poco, aunque no demasiado, como si pasara por allí, dispuesta a salir corriendo en cualquier momento y jurar que no los conocía de nada, y dice:
- Lo puedes pedir, lo puedes pedir si quieres y yo lo vengo a buscar- eso, valiente ¿y te atreverás a pedirlo en el mostrador?
Ya se giran las dos y miran a Alberto, que es un enorme tomate con patas
- Alberto, ¿qué hacemos? ¿Lo pedimos?, Maruchi dice que ella lo viene a buscar - Y Maruchi mira a Alberto con cara de sí, yo me atrevo, que soy una mujer moderna del siglo XXI
Alberto saca la cabeza roja del libro que podía haber estado al revés, mira a su novia lastimoso y sube los hombros al compás - ¿Sí?- Alberto vuelve a subir los hombros
- Venga, lo pedimos
- Muy bien- y juro que no disfruté con esto- pues acérquense por favor al mostrador central, que es ahí dónde le tienen que hacer el pedido a mis compañeros.
martes, 2 de diciembre de 2008
48. Torturas
- A ver, relaja el cuello, así, uno, dos, tres.... ¡craaaack!
- ¡Agggh!
- ¡Ah! ¿Qué no sabías a lo que venías?
- ¡Agggh!
- ¡Ah! ¿Qué no sabías a lo que venías?
47- Sentido del humor
A eso de las 6 de la tarde de los sábados comienzas a ser un bien escaso, un animalillo útil y en peligro de extinción. Es entonces oyes cosas cómo "¡mira! ¡está ahí" o "¡no dejes que se vaya!" y empiezas a tener una cola de tres o cuatro personas que te siguen por toda la planta, a pesar de que ya les has explicado que deben esperar en la fila que se forma al pie del ordenador, que volverás a buscarles, en términos de "de verdad que vuelvo, lo prometo". Hay gente que no se fía y prefiere acompañarte a buscar El príncipe de Maquiavelo, y luego a Foster Wallace, que está por la W no por la F, y de vuelta al final a por El sí de las niñas. El séquito no es un problema, una se acostumbra, igual que se acostumbra también a no mirar el ordenador, la mayoría de las veces es una pérdida de tiempo, ¿de qué es el libro? ciencia ficción al final de la estantería, infantil al final de la planta, Bolaño aquí detrás lo tengo ¿no quiere llevarse también Los detectives salvajes? mire que 2666 para empezar igual es, qué se yo, un tanto... Pero a veces, el ordenador se vuelve una herramienta imprescindible, porque el cliente o clienta sólo ha traído el autor, o el nombre del libro, o incluso, el argumento.
- Se llama Las memorias de Korn
- Señora no tenemos nada con las memorias de korn en el título ¿korn con k?
- Sí, no sé... prueba con c
- Señora con c tampoco
- Ayyyy... es que me lo han recomendado tanto... Dicen que es muy divertido ¿sabe?
- Será de humor, entonces
- No no no, me dijeron que era de un autor de literatura de verdad
- Ajá, "literatura de verdad" vamos a ver... ¿Señora, sabe usted de qué va el libro?
- Sí, sí, sí, es la historia de un extraterrestre que viene a vivir a Barcelona
En una de estas, llevaba yo ya más de una hora corriendo de aquí para allá con mi séquito que corría tras de mí, intentando hacer las cosas lo más rápido posible, porque la fila del ordenador empezaba a convertirse en escandalosa, Mankell por la M señora, en extranjera, no Ray Loriga está en española, y sólo me queda Trífero, así que tampoco se esfuerce que está en una zona muy mala para agacharse.
Fue entonces que llegó un señor sonriente. Me gusta cuando me sonríen, y me dan las buenas tardes, en vez de hacerme la pregunta sin más como si yo fuera el Google. Después de ser amable conmigo me puso un papelito delante de la cara. Era una hojilla cuadriculada y de anillas y tenía unas anotaciones a lápiz, unas tres líneas. Sin pensar un momento, comencé a escribir en el buscador, en el campo "descripción" y entrecomillado, porque, claro, sería el título exacto, a la vez que repetía cada palabra según la escribía, por mantener el contacto con el cliente, más que nada:
"Mirar si ha salido en tapa blan.."
Miré al hombre y empecé a reir, a carcajadas. Él también rió, sólo un momento, casi por cortesía, y del resto de la fila, alguno rió sinceramente, otros me miraban acusadores, se habrá creído ésta que tenemos tiempo para reirnos. Yo no paraba, reía como se llora, sin consuelo, sin poder aplacar las carcajadas estruendosas, embarazosas casi.
Me habría tirado al suelo, a revolcarme de risa sobre la moqueta, si no fuera porque la cola me instigaba, y riéndome como estaba le busqué al señor su libro, que no había salido en tapa blanda, y entre carcajadas fui a buscar El Príncipe de Maquiavelo, y Gomorra de bolsillo, y un libro que hable de Copérnico pero que no sea un rollo por favor, mientras me limpiaba las lágrimas de risa que me caían por las mejillas, con la única compañía de la señora que se llevaba bajo el brazo Sin noticias de Gurb y a la que se oía bajar por las escaleras muerta de risa, repitiendo a pleno grito:
- ¡Las memorias de Koooorn! ¡Jajajajajajajajaja!
- Se llama Las memorias de Korn
- Señora no tenemos nada con las memorias de korn en el título ¿korn con k?
- Sí, no sé... prueba con c
- Señora con c tampoco
- Ayyyy... es que me lo han recomendado tanto... Dicen que es muy divertido ¿sabe?
- Será de humor, entonces
- No no no, me dijeron que era de un autor de literatura de verdad
- Ajá, "literatura de verdad" vamos a ver... ¿Señora, sabe usted de qué va el libro?
- Sí, sí, sí, es la historia de un extraterrestre que viene a vivir a Barcelona
En una de estas, llevaba yo ya más de una hora corriendo de aquí para allá con mi séquito que corría tras de mí, intentando hacer las cosas lo más rápido posible, porque la fila del ordenador empezaba a convertirse en escandalosa, Mankell por la M señora, en extranjera, no Ray Loriga está en española, y sólo me queda Trífero, así que tampoco se esfuerce que está en una zona muy mala para agacharse.
Fue entonces que llegó un señor sonriente. Me gusta cuando me sonríen, y me dan las buenas tardes, en vez de hacerme la pregunta sin más como si yo fuera el Google. Después de ser amable conmigo me puso un papelito delante de la cara. Era una hojilla cuadriculada y de anillas y tenía unas anotaciones a lápiz, unas tres líneas. Sin pensar un momento, comencé a escribir en el buscador, en el campo "descripción" y entrecomillado, porque, claro, sería el título exacto, a la vez que repetía cada palabra según la escribía, por mantener el contacto con el cliente, más que nada:
"Mirar si ha salido en tapa blan.."
Miré al hombre y empecé a reir, a carcajadas. Él también rió, sólo un momento, casi por cortesía, y del resto de la fila, alguno rió sinceramente, otros me miraban acusadores, se habrá creído ésta que tenemos tiempo para reirnos. Yo no paraba, reía como se llora, sin consuelo, sin poder aplacar las carcajadas estruendosas, embarazosas casi.
Me habría tirado al suelo, a revolcarme de risa sobre la moqueta, si no fuera porque la cola me instigaba, y riéndome como estaba le busqué al señor su libro, que no había salido en tapa blanda, y entre carcajadas fui a buscar El Príncipe de Maquiavelo, y Gomorra de bolsillo, y un libro que hable de Copérnico pero que no sea un rollo por favor, mientras me limpiaba las lágrimas de risa que me caían por las mejillas, con la única compañía de la señora que se llevaba bajo el brazo Sin noticias de Gurb y a la que se oía bajar por las escaleras muerta de risa, repitiendo a pleno grito:
- ¡Las memorias de Koooorn! ¡Jajajajajajajajaja!
lunes, 24 de noviembre de 2008
martes, 4 de noviembre de 2008
44. Mi mejor cliente o La culpa es de los padres
Un niño hace pruebas de spring: coge carrerilla desde la zona de infantil, en un extremo de la planta, y gana velocidad para frenarse justo en el estante de poesía de bolsillo, en el extremo opuesto. En su carrera se lleva por delante clientes incautos que buscaban libros entre las novedades de los mostradores del centro, y eso le gusta. Al poco ya no es suficiente, decide completar el ejercicio olímpico arrojando el dinonsaurio rojo que lleva en la mano desde el principio de las pruebas. Así que coge carrerilla y cuando alcanza la velocidad óptima lanza el pequeño dinosaurio, justo antes de estamparse, muerto de risa, en el estante de la poesía de bolsillo. El arma arrojadiza, de un plástico duro que podría confundirse con metal en una denuncia, sale disparado aleatoriamente, agrediendo estantes, libros y señores, al gusto. Los señores, y sobre todo las señoras, se indignan y miran hacia los lados, esperando que la madre de la criatura les oiga y, avergonzada, agarre del brazo al pequeño atila y salga del establecimiento, aprendiendo una lección sobre la educación de su prole.
La madre por fin llega, es una voz desde el otro lado del pasillo, el comienzo de la carrera, y avanza segura sobre sus tacones, cabeza alta, coge de la mano al monstruito y, divertida, se aleja con él, ante la mirada de indignación de la clientela.
El pequeño aún puede liberarse un instante de la mano de su madre, dar una última carrera hasta la escalera mecánica, regalándome un lanzamiento definitivo contra uno de los señores que barbarizaba.
Lo echo de menos.
La madre por fin llega, es una voz desde el otro lado del pasillo, el comienzo de la carrera, y avanza segura sobre sus tacones, cabeza alta, coge de la mano al monstruito y, divertida, se aleja con él, ante la mirada de indignación de la clientela.
El pequeño aún puede liberarse un instante de la mano de su madre, dar una última carrera hasta la escalera mecánica, regalándome un lanzamiento definitivo contra uno de los señores que barbarizaba.
Lo echo de menos.
43.Lapsus
- Perdona, ¿me puedes decir dónde puedo encontrar libros de Espido Lindo?
Es que por la L no la encuentro.
Es que por la L no la encuentro.
sábado, 1 de noviembre de 2008
42. La noche del terror
Son las 8.30, quizás las 9 de la noche. Se oye la ducha en el baño mientras yo veo morir a Don Vito Corleone. De pronto el timbre, y el saltito leve del cuerpo cuando se sorprende. No acierto siquiera a parar el DVD, me levanto y corro hacia la puerta, curiosa. A través de la mirilla las pequeñas cabecitas dan una imagen bastante cómica. Abro, y justo se les apaga la luz del pasillo.
¡Truco o trato!
Golpe maestro lo de la luz. Si llegan a decir suto o muete habría elegido muete.
- Un momento, un momento, voy a ver - y me doy la vuelta pensando que mi oferta de golosinas se resume a unas galletas dietéticas con frutas del bosque. Por supuesto, fue una ilusa si pensé que la marabunta iba a quedarse esperando en el quicio de la puerta a que yo volviera con el impuesto revolucionario. El cabecilla (uno con un traje de supermán) empujó la rendijita y los siete enanos y enanas se colaron en mi casa, con sus trajes, sus capas y sus bolsas de caramelos, y fueron directos a la atracción principal.
- ¡Mira!¡Un gato negro!
No, es un pitbull, lo que pasa es que está disfrazado de Haloween. A la pobre le habría venido bien, ser un pitbull, digo. Ella, que no tiene mucha simpatía por los niños, todo hay que decirlo, cuando vio a los 7 fantásticos, con sus trajes de princesas, vampiros o superhéroes, abalanzarse sobre su cuerpecito peludo, se convirtió en la pantera rosa recién centrifugada
- No, no, no la toquen, es una gata mala - o una serpiente venenosa, o el anticristo, o un jarrón chino.
Pero eran valientes, y yo que ya los veía irse con una r escarlata en la cara, saqué la caja de bombones artesanales que me trajo una amiga de chile, y decidí sacrificarlos por la causa - hay que ver lo que se agudiza el ingenio en los momentos desesperados.
- A ver. Uno por aquí, otro por aquí...
Todos los renacuajos abrían sus bolsitas de caramelos, um, qué rico, bombones, yo me lo como ahora, dijo uno que ya no sé sabía de qué color tenía pintada la cara... y las manos.
Sólo uno, con la bolsa pegada a su cuerpo, extendía la mano que tenía libre y en la que atesoraba tres o cuatro monedas, mirándome fijamente. No pude más que reir mientras le pedía que abriera la bolsa para darle el bombón (el bombón artesanal que repartía a las visitas en las grandes ocasiones, como la presley, y que se había convertido momentáneamente en el rescate a pagar por mi gata-esponja) y él lo hacía, cerrando cuidadosamente la mano para que no se cayeran las monedas. Claro, la crisis.
Volví al sillón. Ya Don Vito estaba en el suelo y su nieto corría por el jardín.
Rua vino a refugiarse bajo los cojines. Oí el timbre del vecino, y lo sentí levantarse y caminar hasta la puerta. Casi pude cantar a coro.
¡Suto o muete!
¡Truco o trato!
Golpe maestro lo de la luz. Si llegan a decir suto o muete habría elegido muete.
- Un momento, un momento, voy a ver - y me doy la vuelta pensando que mi oferta de golosinas se resume a unas galletas dietéticas con frutas del bosque. Por supuesto, fue una ilusa si pensé que la marabunta iba a quedarse esperando en el quicio de la puerta a que yo volviera con el impuesto revolucionario. El cabecilla (uno con un traje de supermán) empujó la rendijita y los siete enanos y enanas se colaron en mi casa, con sus trajes, sus capas y sus bolsas de caramelos, y fueron directos a la atracción principal.
- ¡Mira!¡Un gato negro!
No, es un pitbull, lo que pasa es que está disfrazado de Haloween. A la pobre le habría venido bien, ser un pitbull, digo. Ella, que no tiene mucha simpatía por los niños, todo hay que decirlo, cuando vio a los 7 fantásticos, con sus trajes de princesas, vampiros o superhéroes, abalanzarse sobre su cuerpecito peludo, se convirtió en la pantera rosa recién centrifugada
- No, no, no la toquen, es una gata mala - o una serpiente venenosa, o el anticristo, o un jarrón chino.
Pero eran valientes, y yo que ya los veía irse con una r escarlata en la cara, saqué la caja de bombones artesanales que me trajo una amiga de chile, y decidí sacrificarlos por la causa - hay que ver lo que se agudiza el ingenio en los momentos desesperados.
- A ver. Uno por aquí, otro por aquí...
Todos los renacuajos abrían sus bolsitas de caramelos, um, qué rico, bombones, yo me lo como ahora, dijo uno que ya no sé sabía de qué color tenía pintada la cara... y las manos.
Sólo uno, con la bolsa pegada a su cuerpo, extendía la mano que tenía libre y en la que atesoraba tres o cuatro monedas, mirándome fijamente. No pude más que reir mientras le pedía que abriera la bolsa para darle el bombón (el bombón artesanal que repartía a las visitas en las grandes ocasiones, como la presley, y que se había convertido momentáneamente en el rescate a pagar por mi gata-esponja) y él lo hacía, cerrando cuidadosamente la mano para que no se cayeran las monedas. Claro, la crisis.
Volví al sillón. Ya Don Vito estaba en el suelo y su nieto corría por el jardín.
Rua vino a refugiarse bajo los cojines. Oí el timbre del vecino, y lo sentí levantarse y caminar hasta la puerta. Casi pude cantar a coro.
¡Suto o muete!
jueves, 30 de octubre de 2008
41. El lujo de Xoel López
Fotos de Beatriz Basanta
"Deluxe, sí hombre, el cantautor ese popero gafipasti"
Efectivamente, Xoel López no deja de ser un cantautor, popero y gafipasti.
A mí me gusta, pero claro, a mí me gustan los cantautores y los poperos y los gafipastis ( no todos, claro) pero no es tan raro, al fin y al cabo, que me guste. Eso no lo hace diferente.
Me gusta por sus letras, sobre todo. Me gusta por la manera en la que sus canciones se cuelan en mis oidos, y en mi cabeza, casi sin querer. Me gusta su voz, y su pose. Me gusta la fotografía de Beatriz Basanta, que ayuda a que comprarse Fin de un viaje infinito, tener su libreto en las manos, sea una buena inversión, en los tiempos que corren.
Por eso ayer yo iba ya convencida.
Lo raro es que lo que vi sobre el escenario no fue lo que esperaba. Me encontré con un músico impecable que, acompañado por una buena banda ("la mejor del universo"), sabía interpretarse y reinterpretarse, con la personalidad suficiente para ser un personaje y conquistar al público, y el sentimiento suficiente para que no fuera impostado.
Y aún más. Es difícil explicar la energía que irradiaban. Él, una marioneta colgada por la nuca de un trozo de tanza, las piernas y los brazos que se movían eléctricos a merced de la guitarra, y aún así cada golpe de luz daba la foto, el salto, la pose necesaria. Un profesional.
La banda, completamente incorporada en los temas, y nosotros, saltando, aplaudiendo, con el cuerpo que se nos quedaba chico.
Un espectáculo.
Hay quien diga que exagero. Seguro. Pero es que fue uno de esos conciertos en los que el grupo toca para ti, en los que te devuelven la fe en canciones olvidadas, en los que consiguen que te gusten aquellas que nunca te convencieron. Fue uno de esos conciertos que constituyen una parte fundamental de la vida del grupo, y no una imposición de la discográfica.
Entiéndase entonces que, en plena resaca, mi objetividad esté algo afectada.
En cualquier caso, este no era un concierto más.
Resulta que Deluxe se acaba. Xoel ha decidido cambiar de proyecto y de vida, reinventarse como músico, darle más cancha a su faceta de autor. (Nos enteramos ayer por El País)
Reinventarse es siempre un lujo, y él lo hace porque puede, porque Deluxe es ya un proyecto sólido, redondo, que vale la pena.
Tal vez por eso, anoche lo dieron todo, sin ser del todo un adiós.
Como va a serlo, con un nuevo disco, de caras b, sí, pero con ese título, y ese single.
Reconstrucción
A mí sólo me queda agradecerlerle a Tone que me lo regalara hace tanto tiempo, y de paso que siempre se empeñe en hacerme creer en la música.
Eso, y comprarme el nuevo disco, el último... o el primero.
A mí me gusta, pero claro, a mí me gustan los cantautores y los poperos y los gafipastis ( no todos, claro) pero no es tan raro, al fin y al cabo, que me guste. Eso no lo hace diferente.
Me gusta por sus letras, sobre todo. Me gusta por la manera en la que sus canciones se cuelan en mis oidos, y en mi cabeza, casi sin querer. Me gusta su voz, y su pose. Me gusta la fotografía de Beatriz Basanta, que ayuda a que comprarse Fin de un viaje infinito, tener su libreto en las manos, sea una buena inversión, en los tiempos que corren.
Por eso ayer yo iba ya convencida.
Lo raro es que lo que vi sobre el escenario no fue lo que esperaba. Me encontré con un músico impecable que, acompañado por una buena banda ("la mejor del universo"), sabía interpretarse y reinterpretarse, con la personalidad suficiente para ser un personaje y conquistar al público, y el sentimiento suficiente para que no fuera impostado.
Y aún más. Es difícil explicar la energía que irradiaban. Él, una marioneta colgada por la nuca de un trozo de tanza, las piernas y los brazos que se movían eléctricos a merced de la guitarra, y aún así cada golpe de luz daba la foto, el salto, la pose necesaria. Un profesional.
La banda, completamente incorporada en los temas, y nosotros, saltando, aplaudiendo, con el cuerpo que se nos quedaba chico.
Un espectáculo.
Hay quien diga que exagero. Seguro. Pero es que fue uno de esos conciertos en los que el grupo toca para ti, en los que te devuelven la fe en canciones olvidadas, en los que consiguen que te gusten aquellas que nunca te convencieron. Fue uno de esos conciertos que constituyen una parte fundamental de la vida del grupo, y no una imposición de la discográfica.
Entiéndase entonces que, en plena resaca, mi objetividad esté algo afectada.
En cualquier caso, este no era un concierto más.
Resulta que Deluxe se acaba. Xoel ha decidido cambiar de proyecto y de vida, reinventarse como músico, darle más cancha a su faceta de autor. (Nos enteramos ayer por El País)
Reinventarse es siempre un lujo, y él lo hace porque puede, porque Deluxe es ya un proyecto sólido, redondo, que vale la pena.
Tal vez por eso, anoche lo dieron todo, sin ser del todo un adiós.
Como va a serlo, con un nuevo disco, de caras b, sí, pero con ese título, y ese single.
Reconstrucción
A mí sólo me queda agradecerlerle a Tone que me lo regalara hace tanto tiempo, y de paso que siempre se empeñe en hacerme creer en la música.
Eso, y comprarme el nuevo disco, el último... o el primero.
miércoles, 29 de octubre de 2008
40- Funciona
- Hola, buenas. Mira, yo quería hacer un regalo y era para ver si me podías recomendar un libro
- Sí, claro ¿qué tipo de libros suele leer?
- Le gustan estos de misterio... pero basados en la historia... con cosas de religión
Ya estamos. Voy hacia el estante de "sucedáneos del código da vinci" (no se llama así pero debería) y miro las novedades. El señor ya tiene uno en la mano.
- Había pensado este
- Ah, sí, sí. Ese está muy bien.
- ¿Sí?
- Sí. Yo no lo he leído, pero por lo que han dicho...
- Ajá. Bueno, pues quería llevarme también otro
- Sí... - Miro el top de ventas. Egipto. Lo cojo al vuelo - Este se vende muy bien
- ¿Sí?
- Nos lo quitan de las manos.
Mano de santo.
- Sí, claro ¿qué tipo de libros suele leer?
- Le gustan estos de misterio... pero basados en la historia... con cosas de religión
Ya estamos. Voy hacia el estante de "sucedáneos del código da vinci" (no se llama así pero debería) y miro las novedades. El señor ya tiene uno en la mano.
- Había pensado este
- Ah, sí, sí. Ese está muy bien.
- ¿Sí?
- Sí. Yo no lo he leído, pero por lo que han dicho...
- Ajá. Bueno, pues quería llevarme también otro
- Sí... - Miro el top de ventas. Egipto. Lo cojo al vuelo - Este se vende muy bien
- ¿Sí?
- Nos lo quitan de las manos.
Mano de santo.
39- Material para una pesadilla
"A las 19 dejas lo que estés haciendo y te pones a recoger la sala"
De 19 a 21 la librería está en su punto máximo de afluencia. Yo me peleo con la multitud -perdón, perdón- y me sitúo delante de "ciencia ficción y fantástica".
Por algún sitio hay que empezar.
Los de DragonLance están todos por el suelo (qué ediciones más feas, por favor) del señor de los anillos casi no quedan y hay unos huecos horribles, que a ver cómo me las arreglo para llenar. Por fin termino y paso a lilteratura española, un verdadero alivio. Me dan trabajo sobre todo los de cátedra, lecturas obligatorias, claro. Después de sentarme en el suelo y subirme al taburete 35 veces, ir a buscar libros a los roles, con cuatro mil interrupciones de por medio - perdona, ¿Gomorra no te ha llegado? - termino con la mitad de la sección, y me he echo hacia atrás para contemplar mi obra.
Los de DragonLance están todos por el suelo. Del señor de los anillos casi no quedan y hay unos huecos horribles que no sé cómo voy a llenar.
Material para una pesadilla, o un mito clásico.
De 19 a 21 la librería está en su punto máximo de afluencia. Yo me peleo con la multitud -perdón, perdón- y me sitúo delante de "ciencia ficción y fantástica".
Por algún sitio hay que empezar.
Los de DragonLance están todos por el suelo (qué ediciones más feas, por favor) del señor de los anillos casi no quedan y hay unos huecos horribles, que a ver cómo me las arreglo para llenar. Por fin termino y paso a lilteratura española, un verdadero alivio. Me dan trabajo sobre todo los de cátedra, lecturas obligatorias, claro. Después de sentarme en el suelo y subirme al taburete 35 veces, ir a buscar libros a los roles, con cuatro mil interrupciones de por medio - perdona, ¿Gomorra no te ha llegado? - termino con la mitad de la sección, y me he echo hacia atrás para contemplar mi obra.
Los de DragonLance están todos por el suelo. Del señor de los anillos casi no quedan y hay unos huecos horribles que no sé cómo voy a llenar.
Material para una pesadilla, o un mito clásico.
martes, 28 de octubre de 2008
38- "Este se vende muy bien"
Ahí estaba yo, de pie frente al mueble de novela romántica, mirándolo, al mueble, y al chico, alternativamente.
Tenía unos 20 años y era mi primer cliente
-Hola, mira, que le voy a hacer un regalo a una chica, tiene 23 años y le gusta Danielle Steel. Ya le he cogido este - me enseña un libro que se llama "Querido papá" y que en la portada tiene una foto de una mano adulta con la manita de un bebé sobre la palma- pero me gustaría comprarle dos, y era a ver si tú me podías recomendar alguno del mismo estilo.
Qué mono.
Vuelvo a mirar la estantería, esperando que me diga algo, la estantería, no el chico, que permanece a mi lado calladito esperando un sabio consejo.
Nada, ni mú.
Busco a mi compañero con la vista, y me dirijo a él. Perdona, es que este chico...
Alejandro, que así se llama mi compañero, levanta la cabeza y dice "mira, ¿ves ese que tiene a Richard Gere en la portada? Ese está muy bien, van a hacer la película ahora, se lo están llevando mucho"
Mientras mi primer cliente se aleja encantado con sus dos libros en ristre- hay que ver lo que lee la juventud- Alejandro me pone la mano sobre el hombro y me susurra el secreto.
- Miras a la estantería de novedades, el primero que veas, se lo das y le dices las palabras mágicas. Mano de santo.
Tenía unos 20 años y era mi primer cliente
-Hola, mira, que le voy a hacer un regalo a una chica, tiene 23 años y le gusta Danielle Steel. Ya le he cogido este - me enseña un libro que se llama "Querido papá" y que en la portada tiene una foto de una mano adulta con la manita de un bebé sobre la palma- pero me gustaría comprarle dos, y era a ver si tú me podías recomendar alguno del mismo estilo.
Qué mono.
Vuelvo a mirar la estantería, esperando que me diga algo, la estantería, no el chico, que permanece a mi lado calladito esperando un sabio consejo.
Nada, ni mú.
Busco a mi compañero con la vista, y me dirijo a él. Perdona, es que este chico...
Alejandro, que así se llama mi compañero, levanta la cabeza y dice "mira, ¿ves ese que tiene a Richard Gere en la portada? Ese está muy bien, van a hacer la película ahora, se lo están llevando mucho"
Mientras mi primer cliente se aleja encantado con sus dos libros en ristre- hay que ver lo que lee la juventud- Alejandro me pone la mano sobre el hombro y me susurra el secreto.
- Miras a la estantería de novedades, el primero que veas, se lo das y le dices las palabras mágicas. Mano de santo.
jueves, 23 de octubre de 2008
36- Fama efímera
Calle General Oraá, número 12.
No es la primera vez que voy, sin embargo tengo que volver a mirar el callejero del google maps, y apuntarme mis propias indicaciones a boli, y consultar la ruta más rápida en la página de metromadrid.
Tirso-Gran Vía en la azul, Gran vía- Rubén Darío en la verde.
Nada, ni me suena.
Es increible la mala memoria que tengo para estas cosas.
Llamo antes de salir, quiero saber hasta que hora puedo pedir el visado.
Hasta las 12, me contesta una voz familiar al otro lado del teléfono.
Son las 11.14.
¿A las 12?- Pregunto- ¿No me da tiempo?
Depende- contesta- ¿dónde estás?
Titubeo un poco, en mi casa, estoy a punto de decir, pero rectifico a tiempo, "aquí, en el centro" (que vengo siendo yo, al parecer)
Ah, pensé que estabas en andalucía, entonces no te habría dado tiempo.
Reconozco entonces, tras la voz y el acento familiar, el inconfundible sentido del humor del señordedetrásdelaventanilladelosvisados.
Soy canaria - aclaro- pero desde lavapiés ahí no me da tiempo de llegar antes de las 12.
Bueno venga, pues hasta las 12.30.
Cuando salgo del metro me doy de bruces con el mismo camino de la otra vez, y lo recuerdo, aunque sería incapaz de llegar a la embajada sin mi rudimentario planito.
De hecho, recuerdo incluso que la última vez hacía buen tiempo, y había un hombre afeitándose en una fuente de agua potable de las ramblas, entre los árboles.
Fuentes, árboles y pobres afeitados. Otra ciudad.
Por fin llego veo la bandera raída y sucia, que destaca entre el resto de embajadas glamurosas de la zona, y abro la pesada puerta de madera tras la que se abre la única estancia. Todos los presentes, más de los que objetivamente cabían en la habitación, se volvieron a mirarme. Sin excepción. Al final de la habitación se levanta un mostrador de madera y sobre él un cristal entero, que, más allá de la capacidad de transmisión sonora del pequeño agujerito ovalado que sirve para pasar los documentos, da la impresión de muro infranqueable, lo que hace que los usuarios peguen la cara al cristal desproporcionadamente, e incluso eleven la voz, haciendo partícipes de sus gestiones a todos los presentes. Eso, quieras que no, entretiene.
El turnomatic vacío me obliga a preguntar quiéndalavez. Por suerte dos señoras con un montón de recibos en la mano se han autodesignado encargadas de explicar a los recién llegados quiéndalavez, cómo va la cola, cuánto vale el trámite, los papeles que te faltan y lo que sea menester –deberían pagarles. Lo digo en serio.
Cuando estoy sentada en medio de estas dos señoras- una tiene que saber relacionarse- descubro que también son la radio local.
-Qué barbaridad, mientras siga entrando gente a entregar, a nosotras no nos toca nunca
- Es que de verdad, son las doce y media y siguen llegando... Estas cosas antes no pasaban
Yo, en el centro del partido de ping - pong, temerosa de que me quemen en la hoguera por haber entrado poco antes de las y veinte, hablo.
- Ay ¿No se pueden ya presentar papeles?
- Hasta las doce – me dice la señora de la derecha, llamémosla A, que estaba esperando mi pregunta.
- Ay, pues es que a mí me dijeron que hasta las 12 y media.
- Antes era así – apostilla la señora B, son todo un equipo- pero ahora lo cambiaron, y claro, hasta que no acaben de presentar los papeles, no nos entregan los visados.
- Y no pueden pasar ustedes en su turno...- pregunto, sinceramente sensibilizada con su drama humano.
- No No No – asegura la señora A y añade, bajito – Pasamos cuando Él quiera.
Las tres miramos a la ventanilla-muralla, para observar al señor que tiene nuestra mañana en sus manos.
- ¿Sabes cómo se llama?
La señora B niega con la cabeza
- Abderramán – dice una tercera señora, y ante nuestra mirara desconfiada añade -creo
- Es que aquí hay que venir sin horarios – dijo la señora B, sin dejar de mirar la ventanilla - ¿sabes? Sin nada que hacer después.
Justo en ese momento Abderramán le pide 8,50 al cliente de turno y yo recuerdo que no he traído dinero suelto ¿Habrá que pagar al pedir el visado o al recogerlo?
- Al pedirlo – dicen mis amigas al unísono- ¿no tienes dinero?
- No, pero voy a intentar que me coja los papeles y luego vengo a pagar.
- Já – la señora A no pudo evitar dar un respingo – mira a ver si tienes suerte, yo no sé si te va a dejar – bajando de nuevo la voz, como siempre que se referían a Abderramán, el supremo.
La próxima soy yo – menos mal que las señoras están al loro- así que me levanto y me acerco a la ventanilla. Ellas, desde las sillas, me dan ánimos “a ver si te lo coge, mi niña” dice una, “yo espero que sí” dice la otra.
El señor que está delante mía saca un billete de 50 euros. Abderramán se enfada “yo no tengo cambio, pregúntale a la chica”
Las risas socarronas no se hacen esperar “si la chica no trajo ni dinero” se encargan las señoras de informar a los parroquianos, que si no no entendían el chiste. Por fin el señor de delante encuentra el cambio y todos dejan de mirarme, todos menos las señoras, claro, que esperan a que me devoren los leones.
- Tú eres la del teléfono ¿no? lavapiés – me dice Abderramán para confirmar que nos conocemos, mientras yo le entrego la documentación en un mar de disculpas por lo del dinero. Mira la carta. Ministerio es gratis, dice, y yo respiro y miro a las señoras triunfante.
Vuelve a mirar la carta, y la solicitud, y la carta otra vez- ¿Dónde está tu amigo?- dice al fin
- En su casa – le digo, elevando la voz- en Las Palmas de Gran Canaria
- ¿Pero dónde?
- En su casa – digo, más alto, mientras Abderramán se desespera y me señala la solicitud donde pone “profesión: profesor de español en la Universidad de Argel” – Ahh, sí, sí, profesor de español, LECTORADO
- No posible
- Sí- digo, cada vez gritando más – LEC-TO-RA-DO
- No, no posible él profesor español en Argel si él nunca en Argel – vuelve a señalar la solicitud. Donde pone “¿Ha estado alguna vez en Argel?” puede leerse claramente “No”, justo debajo de la casilla de “apellido de soltera” – ¿Él ahora dónde?
- ¿Dónde trabaja?
- Sí donde trabajo
- No, el no trabajo
- ¿Universidad de Argel contrata a alguien no trabajo?- dice, presa de la indignación, mientras yo vuelvo a gritarle “LECTORADO, A-E-CI” pegando la cara al cristal
A esas alturas ya soy la comidilla de la sala. Un rumor, encabezado por las señoras, empieza a adueñarse de la habitación que una vez más, me mira al compás. Tengo la impresión de que van a intervenir de un momento a otro, cuando una mujer entra por la puerta como una exhalación y se acerca decidida a la ventanilla, colándose descaradamente a las señoras e interrumpiendo mi show.
- Abderramán – le dice- te traje el papel ¿qué tienes de lo mío?
- De lo tuyo nada hoy
- ¿Seguro? Bueno, pues te voy dando estas solicitudes, ¿vale? Míralas a ver si está todo...
El rumor de la sala aumenta, todos los presentes despotrican contra el nuevo fenómeno mediático, orquestadas por supuesto por las dos señoras, mientras yo aprovecho para escapar con el recibo, el teléfono y el fax que el ser supremo me ha dado para que el parado le explique cómo trabaja en la Universidad de Argel sin haber estado allí nunca, y aún puedo escuchar al vuelo un “qué verguenza”, “siempre igual” mientras dejo caer tras mi espalda la pesada puerta de madera.
No es la primera vez que voy, sin embargo tengo que volver a mirar el callejero del google maps, y apuntarme mis propias indicaciones a boli, y consultar la ruta más rápida en la página de metromadrid.
Tirso-Gran Vía en la azul, Gran vía- Rubén Darío en la verde.
Nada, ni me suena.
Es increible la mala memoria que tengo para estas cosas.
Llamo antes de salir, quiero saber hasta que hora puedo pedir el visado.
Hasta las 12, me contesta una voz familiar al otro lado del teléfono.
Son las 11.14.
¿A las 12?- Pregunto- ¿No me da tiempo?
Depende- contesta- ¿dónde estás?
Titubeo un poco, en mi casa, estoy a punto de decir, pero rectifico a tiempo, "aquí, en el centro" (que vengo siendo yo, al parecer)
Ah, pensé que estabas en andalucía, entonces no te habría dado tiempo.
Reconozco entonces, tras la voz y el acento familiar, el inconfundible sentido del humor del señordedetrásdelaventanilladelosvisados.
Soy canaria - aclaro- pero desde lavapiés ahí no me da tiempo de llegar antes de las 12.
Bueno venga, pues hasta las 12.30.
Cuando salgo del metro me doy de bruces con el mismo camino de la otra vez, y lo recuerdo, aunque sería incapaz de llegar a la embajada sin mi rudimentario planito.
De hecho, recuerdo incluso que la última vez hacía buen tiempo, y había un hombre afeitándose en una fuente de agua potable de las ramblas, entre los árboles.
Fuentes, árboles y pobres afeitados. Otra ciudad.
Por fin llego veo la bandera raída y sucia, que destaca entre el resto de embajadas glamurosas de la zona, y abro la pesada puerta de madera tras la que se abre la única estancia. Todos los presentes, más de los que objetivamente cabían en la habitación, se volvieron a mirarme. Sin excepción. Al final de la habitación se levanta un mostrador de madera y sobre él un cristal entero, que, más allá de la capacidad de transmisión sonora del pequeño agujerito ovalado que sirve para pasar los documentos, da la impresión de muro infranqueable, lo que hace que los usuarios peguen la cara al cristal desproporcionadamente, e incluso eleven la voz, haciendo partícipes de sus gestiones a todos los presentes. Eso, quieras que no, entretiene.
El turnomatic vacío me obliga a preguntar quiéndalavez. Por suerte dos señoras con un montón de recibos en la mano se han autodesignado encargadas de explicar a los recién llegados quiéndalavez, cómo va la cola, cuánto vale el trámite, los papeles que te faltan y lo que sea menester –deberían pagarles. Lo digo en serio.
Cuando estoy sentada en medio de estas dos señoras- una tiene que saber relacionarse- descubro que también son la radio local.
-Qué barbaridad, mientras siga entrando gente a entregar, a nosotras no nos toca nunca
- Es que de verdad, son las doce y media y siguen llegando... Estas cosas antes no pasaban
Yo, en el centro del partido de ping - pong, temerosa de que me quemen en la hoguera por haber entrado poco antes de las y veinte, hablo.
- Ay ¿No se pueden ya presentar papeles?
- Hasta las doce – me dice la señora de la derecha, llamémosla A, que estaba esperando mi pregunta.
- Ay, pues es que a mí me dijeron que hasta las 12 y media.
- Antes era así – apostilla la señora B, son todo un equipo- pero ahora lo cambiaron, y claro, hasta que no acaben de presentar los papeles, no nos entregan los visados.
- Y no pueden pasar ustedes en su turno...- pregunto, sinceramente sensibilizada con su drama humano.
- No No No – asegura la señora A y añade, bajito – Pasamos cuando Él quiera.
Las tres miramos a la ventanilla-muralla, para observar al señor que tiene nuestra mañana en sus manos.
- ¿Sabes cómo se llama?
La señora B niega con la cabeza
- Abderramán – dice una tercera señora, y ante nuestra mirara desconfiada añade -creo
- Es que aquí hay que venir sin horarios – dijo la señora B, sin dejar de mirar la ventanilla - ¿sabes? Sin nada que hacer después.
Justo en ese momento Abderramán le pide 8,50 al cliente de turno y yo recuerdo que no he traído dinero suelto ¿Habrá que pagar al pedir el visado o al recogerlo?
- Al pedirlo – dicen mis amigas al unísono- ¿no tienes dinero?
- No, pero voy a intentar que me coja los papeles y luego vengo a pagar.
- Já – la señora A no pudo evitar dar un respingo – mira a ver si tienes suerte, yo no sé si te va a dejar – bajando de nuevo la voz, como siempre que se referían a Abderramán, el supremo.
La próxima soy yo – menos mal que las señoras están al loro- así que me levanto y me acerco a la ventanilla. Ellas, desde las sillas, me dan ánimos “a ver si te lo coge, mi niña” dice una, “yo espero que sí” dice la otra.
El señor que está delante mía saca un billete de 50 euros. Abderramán se enfada “yo no tengo cambio, pregúntale a la chica”
Las risas socarronas no se hacen esperar “si la chica no trajo ni dinero” se encargan las señoras de informar a los parroquianos, que si no no entendían el chiste. Por fin el señor de delante encuentra el cambio y todos dejan de mirarme, todos menos las señoras, claro, que esperan a que me devoren los leones.
- Tú eres la del teléfono ¿no? lavapiés – me dice Abderramán para confirmar que nos conocemos, mientras yo le entrego la documentación en un mar de disculpas por lo del dinero. Mira la carta. Ministerio es gratis, dice, y yo respiro y miro a las señoras triunfante.
Vuelve a mirar la carta, y la solicitud, y la carta otra vez- ¿Dónde está tu amigo?- dice al fin
- En su casa – le digo, elevando la voz- en Las Palmas de Gran Canaria
- ¿Pero dónde?
- En su casa – digo, más alto, mientras Abderramán se desespera y me señala la solicitud donde pone “profesión: profesor de español en la Universidad de Argel” – Ahh, sí, sí, profesor de español, LECTORADO
- No posible
- Sí- digo, cada vez gritando más – LEC-TO-RA-DO
- No, no posible él profesor español en Argel si él nunca en Argel – vuelve a señalar la solicitud. Donde pone “¿Ha estado alguna vez en Argel?” puede leerse claramente “No”, justo debajo de la casilla de “apellido de soltera” – ¿Él ahora dónde?
- ¿Dónde trabaja?
- Sí donde trabajo
- No, el no trabajo
- ¿Universidad de Argel contrata a alguien no trabajo?- dice, presa de la indignación, mientras yo vuelvo a gritarle “LECTORADO, A-E-CI” pegando la cara al cristal
A esas alturas ya soy la comidilla de la sala. Un rumor, encabezado por las señoras, empieza a adueñarse de la habitación que una vez más, me mira al compás. Tengo la impresión de que van a intervenir de un momento a otro, cuando una mujer entra por la puerta como una exhalación y se acerca decidida a la ventanilla, colándose descaradamente a las señoras e interrumpiendo mi show.
- Abderramán – le dice- te traje el papel ¿qué tienes de lo mío?
- De lo tuyo nada hoy
- ¿Seguro? Bueno, pues te voy dando estas solicitudes, ¿vale? Míralas a ver si está todo...
El rumor de la sala aumenta, todos los presentes despotrican contra el nuevo fenómeno mediático, orquestadas por supuesto por las dos señoras, mientras yo aprovecho para escapar con el recibo, el teléfono y el fax que el ser supremo me ha dado para que el parado le explique cómo trabaja en la Universidad de Argel sin haber estado allí nunca, y aún puedo escuchar al vuelo un “qué verguenza”, “siempre igual” mientras dejo caer tras mi espalda la pesada puerta de madera.
35- Redacción: Lamigadelosanimales
Mi amiga Laura es veterinaria.
Tiene suerte, quiso serlo desde chiquitita.
Yo no estaba, pero me consta, eso y que estaba casi tan loca como ahora.
Tal vez todos quisimos serlo, veterinarios digo, de chicos.
Yo, al menos sí, tenía debilidad por los bichos; perros, gatos, hamsters (¿hámsteres?), pájaros... Las tortugas nunca me hicieron mucha gracia.
Mi vocación acabó aquella tarde, lo recuerdo como si fuera ayer, en la que vi a la veterinaria familiar (en mi casa tenemos de eso) apretar no sé qué glándulas apestosas del culo de nuestro perro.
Era una vocación bastante endeble.
Lo curioso de Laura, por tanto, no es su vocación temprana.
A ella, al contrario de casi todos los veterinarios vocacionales que se precien, no le gusta la clínica de pequeños.
No le gusta atender a esos seres peludos y mimados en brazos de sus dueños, probablemente más por los dueños histéricos que por los pequeños pacientes peludos, que al fin y al cabo no tienen la culpa de estar tan malcriados.
A Laura le gustan los bichos grandes, esas vacas de mirada tierna y vacía, de patas enormes, y sobre todo sus dueños, campechanos, amables, que invitan a café.
Mi amiga Laura es veterinaria, y trabaja en una clínica de pequeños.
Lo peor, sin duda, son los dueños.
A veces le dan ganas de colgarlos, y lo hace, de hecho, en su blog.
Tenemos suerte, gracias a esos arranques homicidas (simbólicos) podemos estar al día sobre productos de belleza inverosímiles, las ultimas tendencias en nombres de perro, y, sobre todo, de la pintoresca fauna de la clínica, y del barrio, y del bar de la esquina.
Cuando Laura habla (y escribe) de sus clientes lo hace con sorna, con ironía, nos arranca carcajadas y parece muy lejos de todas esas preocupaciones banales con los que la torturan, llamándola a horas intespestivas, tocándole en la ventanita de la puerta.
Sin embargo, no hay que creérselo mucho.
Yo la he visto desvivirse por explicarle a un dueño preocupado como bañar al mil leches con un producto especial para evitar esas escamitas en la piel, y asentir sonriente, casi enternecida, cuando el señor mira al suelo, sonrojado, y afirma "es que a esto- acariciando al chucho hasta casi desgastarlo-... sólo le falta hablar"
Hace unos años Laura recogió para mí, de entre gatos conjuntivíticos y moscas, una bola peluda de uñas y dientes, salvándola, - a ella, o a mí, o a ambas- , y que yo me he encargado de convertir - como buena dueña histérica, carne de blog - en una gata gorda y malcriada que le bufa cuando entra en casa, lo que a ella la enfada, o pone triste, o ambas cosas.
Parecería que sus diferencias son irreconciliables.
Sin embargo, no hay que creérselo mucho.
Yo las he visto quererse, cuando nadie mira.
Hace unos días unos ojos azules (azules azules) se cruzaron en la vida de mi amiga Laura y le volvieron el mundo del revés, sólo un ratito, lo suficiente.
Noté su tristeza al otro lado del teléfono. Esa tristeza inconsolable y silenciosa, y por silenciosa más inconsolable aún que cualquier llanto desatado.
Era pequeña y blanca, se llamaba Marlene, y nos tuvo a todos en vilo tres días. Era pequeña y blanca y casi la conocí, por las descripciones, por los parecidos, por la tristeza inconsolable.
Parecería que tanto esfuerzo no sirvió para mucho.
Sin embargo.
Mi amiga Laura es veterinaria, y no le gusta trabajar con animales pequeños.
Sin embargo, cuando está de vacaciones, se para hablar con los dueños que pasean a sus perros, y aprovecha para tocarlos, palparles el abdomen, revisarles los colmillos.
Tiene suerte, quiso serlo desde chiquitita.
Yo no estaba, pero me consta, eso y que estaba casi tan loca como ahora.
Tal vez todos quisimos serlo, veterinarios digo, de chicos.
Yo, al menos sí, tenía debilidad por los bichos; perros, gatos, hamsters (¿hámsteres?), pájaros... Las tortugas nunca me hicieron mucha gracia.
Mi vocación acabó aquella tarde, lo recuerdo como si fuera ayer, en la que vi a la veterinaria familiar (en mi casa tenemos de eso) apretar no sé qué glándulas apestosas del culo de nuestro perro.
Era una vocación bastante endeble.
Lo curioso de Laura, por tanto, no es su vocación temprana.
A ella, al contrario de casi todos los veterinarios vocacionales que se precien, no le gusta la clínica de pequeños.
No le gusta atender a esos seres peludos y mimados en brazos de sus dueños, probablemente más por los dueños histéricos que por los pequeños pacientes peludos, que al fin y al cabo no tienen la culpa de estar tan malcriados.
A Laura le gustan los bichos grandes, esas vacas de mirada tierna y vacía, de patas enormes, y sobre todo sus dueños, campechanos, amables, que invitan a café.
Mi amiga Laura es veterinaria, y trabaja en una clínica de pequeños.
Lo peor, sin duda, son los dueños.
A veces le dan ganas de colgarlos, y lo hace, de hecho, en su blog.
Tenemos suerte, gracias a esos arranques homicidas (simbólicos) podemos estar al día sobre productos de belleza inverosímiles, las ultimas tendencias en nombres de perro, y, sobre todo, de la pintoresca fauna de la clínica, y del barrio, y del bar de la esquina.
Cuando Laura habla (y escribe) de sus clientes lo hace con sorna, con ironía, nos arranca carcajadas y parece muy lejos de todas esas preocupaciones banales con los que la torturan, llamándola a horas intespestivas, tocándole en la ventanita de la puerta.
Sin embargo, no hay que creérselo mucho.
Yo la he visto desvivirse por explicarle a un dueño preocupado como bañar al mil leches con un producto especial para evitar esas escamitas en la piel, y asentir sonriente, casi enternecida, cuando el señor mira al suelo, sonrojado, y afirma "es que a esto- acariciando al chucho hasta casi desgastarlo-... sólo le falta hablar"
Hace unos años Laura recogió para mí, de entre gatos conjuntivíticos y moscas, una bola peluda de uñas y dientes, salvándola, - a ella, o a mí, o a ambas- , y que yo me he encargado de convertir - como buena dueña histérica, carne de blog - en una gata gorda y malcriada que le bufa cuando entra en casa, lo que a ella la enfada, o pone triste, o ambas cosas.
Parecería que sus diferencias son irreconciliables.
Sin embargo, no hay que creérselo mucho.
Yo las he visto quererse, cuando nadie mira.
Hace unos días unos ojos azules (azules azules) se cruzaron en la vida de mi amiga Laura y le volvieron el mundo del revés, sólo un ratito, lo suficiente.
Noté su tristeza al otro lado del teléfono. Esa tristeza inconsolable y silenciosa, y por silenciosa más inconsolable aún que cualquier llanto desatado.
Era pequeña y blanca, se llamaba Marlene, y nos tuvo a todos en vilo tres días. Era pequeña y blanca y casi la conocí, por las descripciones, por los parecidos, por la tristeza inconsolable.
Parecería que tanto esfuerzo no sirvió para mucho.
Sin embargo.
Mi amiga Laura es veterinaria, y no le gusta trabajar con animales pequeños.
Sin embargo, cuando está de vacaciones, se para hablar con los dueños que pasean a sus perros, y aprovecha para tocarlos, palparles el abdomen, revisarles los colmillos.
jueves, 14 de agosto de 2008
34. Hay un hombre en España que lo hace todo
lunes, 4 de agosto de 2008
jueves, 17 de julio de 2008
31- Casi una reseña
Delante de la enorme cristalera rectangular, con las manos enlazadas en las espalda, observo a todos los viandantes del patio de aquel cubículo de cemento y me imagino que soy una gran empresaria, con su chaqueta y su corbata- si me imagino empresaria inmediatamente me asigno un traje de chaqueta y una corbata fina, de esas que llevan algunos amanerados y estilosos dependientes de Zara, no lo puedo evitar- que observa impertérrita en una película yanki como se mueven sus empleados, siempre ocupados, siempre cargados de papeles en carteras elegantes, por sus dependencias, en una reformulación de Escarlata O’Hara para la edad moderna.
Pienso entonces en el libro que descansa sobre la cama, esperándome, a falta de cinco páginas para el final, y que yo observo ahora, de espaldas a la cristalera y a mi ejército de hormigas, sin ninguna ansiedad por abalanzarme sobre él y devorarlo, como sería deseable, como esperaba, desde luego, después de oirte hablar sobre él con esa cadencia tan tuya que nos hace bailar en el aire como serpientes. Tu libro nunca podrá ser mejor que oirte hablando sobre él, dije, y lo sigo pensando, 120 páginas mediante. Es fácilmente constatable si pensamos que lo más revelador de todo el libro, lo que me ronda la cabeza una y otra vez es tu voz repitiendo la palabra súperman, esdrújula y claramente extranjera en tus labios, frente al supermán que yo habría leído si hubiera accedido al libro por mis ojos y no por tu voz. Seguramente me habría gustado más, ese libro pequeño, plagado de buenas ideas, de giros perfectos, de frases, como siempre, tan pulidas que casi es demasiado, pero que resultan perfectamente complejas e inquietantes, tal y como vos las quisieras, a imagen y semejanza.
Lo más curioso es que el traje de supermán de tu pequeño devorador de panfletos montoneros no está acentuado.
125 páginas no pueden dar para tanto, pensé, mientras te observaba canoso, sentado detrás de la mesa, disfrutando de tu circunloquio más que ninguno de los presentes. Y sin embargo existen estrategias, los vacíos del texto que en tu libro son tal cual, y se explicitan mediante corchetes y tres puntos, una elipsis que te deja buscando un anexo, una cita textual, un referente. La voluntad de demostrar que tienes secretos.
Regreso a la silla y abro el libro sin esfuerzo – no creo en la disciplina lectora, probablemente por mi incapacidad total para la disciplina, en general- afrontando las últimas páginas por el mero placer distraído de la lectura, de las palabras perfectamente pensadas, modeladas, en el sitio justo y el lugar correcto para convertirse en un orcuro entramado de arboles o muros con verdín. Artesanía. Todo se precipita de pronto en un giro que resuelve, que le explica al pequeño lector revolucionario que nunca podrá ser más que un mero espectador, y eso me tranquiliza. Vuelvo la vista hacia la ventana y miro de nuevo a mis pequeños empleados, que andan apresurados por los caminos dibujados para ello entre las plantas, y me parezco un poco al niño que apoyas en la vidriera de la confitería. Pienso entonces en los ceniceros, los zapatos y zaragoza. Pienso en súperman y en supermán y me siento un poco más cerca de tu texto. No del personaje, al que ahora debería empezar a añorar con una angustia casi desolada, como habría sido deseable, como habría esperado, desde luego, después de oirte hablar sobre él, con esa cadencia tan tuya que nos hace bailar en el aire como serpientes.
(Para To, porque te imaginé todo el tiempo, rubio y loco, buceando en la pileta para tocar el fondo rugoso con los dedos.)
martes, 8 de julio de 2008
30. Piratas
-Piratas- repetiste, mientras me clavabas tu mirada nerviosa y te mantenías aferrado a la cuchara sumergida en la crema color mascarilla, como tomando tierra.
No me había quedado como la del libro. Y eso que hasta la había ensayado, aquella noche que vino a cenar Marina, y me había quedado tan buena, pero ahora mira, sólo servía para que tú anclaras dentro el firme propósito de repetir la misma palabra hasta que yo reaccionara.
Yo ya te había oído la primera vez, por supuesto. Y también Quique, que ya había tirado la cuchara dentro del plato, salpicando de puntitos verdes todo el mantel, y corría alrededor de tu silla exitado, tirándote de las mangas
- ¿Piratas? ¿Y cómo son, Papá? ¿cómo son?
Musité tímidamente el nombre de mi hijo, alargando levemente la última e, para que notara mi impaciencia, mientras me deleitaba en el frufru que hacían mis medias al acariciar mis piernas la una con la otra con un acompasado movimiento de tobillos.
- ¿No me dices nada? - insististe, sin soltar la cuchara ni desviar la vista.
Otra vez habías envejecido.
Habías vuelto con la piel morena y ajada, cada vez más ajada, y me habías encontrado más vieja, a pesar de mis maquillajes, de mis cremas, de mis medias que sólo salían del armario de seis en seis meses.
Me había acostumbrado a la ausencia, sinceramente debo decir que incluso me gustaba preparar tu regreso, escribirte cartas, como una adolescente, inventarme un padre para Quique que eras tú, eras en todo tú, pero eras mejor que tú porque durante seis meses al año sólo podías equivocarte la mitad de las veces.
Sin embargo, cada vez que cruzabas la puerta, cargado y exhausto, podía ver el paso del tiempo en tu cara. Si hubiera podido pedirte que renunciaras, lo habría hecho solamente para poder envejecer tranquila, en la silenciosa conformidad del paso de los días, sin darme cuenta, sin verte descubrir las marcas del tiempo en mi cuerpo, a medida que avanzabas sobre él, como los baches de una carretera desconocida.
- ¿Y llevan parches? ¿banderas negras?… Papá ¿tienen espadas?
Había perdido el miedo. El miedo a lo que podía pasarte, a que un día no quisieras regresar, o no pudiéramos reconocernos. Perder el miedo no siempre es buena señal. Por eso, mientras me contabas todos los detalles de los piratas somalíes, tranquilizándome -no va a pasar nada, imagínate lo que sería, un conflicto internacional…- llené la cuchara de mascarilla de pepino y me la metí en la boca, sin responder. Estaba asquerosa.
Aquella mañana de la mitad del año que iba en chándal cogí el teléfono sabiendo que eras tú. Con las piernas temblorosas hice cola en la primera ventanilla de información a la que se me ocurrió acudir. El funcionario abrió mucho los ojos antes de preguntar.
- ¿Piratas?
Si hubiera podido me habría tirado de la manga.
No me había quedado como la del libro. Y eso que hasta la había ensayado, aquella noche que vino a cenar Marina, y me había quedado tan buena, pero ahora mira, sólo servía para que tú anclaras dentro el firme propósito de repetir la misma palabra hasta que yo reaccionara.
Yo ya te había oído la primera vez, por supuesto. Y también Quique, que ya había tirado la cuchara dentro del plato, salpicando de puntitos verdes todo el mantel, y corría alrededor de tu silla exitado, tirándote de las mangas
- ¿Piratas? ¿Y cómo son, Papá? ¿cómo son?
Musité tímidamente el nombre de mi hijo, alargando levemente la última e, para que notara mi impaciencia, mientras me deleitaba en el frufru que hacían mis medias al acariciar mis piernas la una con la otra con un acompasado movimiento de tobillos.
- ¿No me dices nada? - insististe, sin soltar la cuchara ni desviar la vista.
Otra vez habías envejecido.
Habías vuelto con la piel morena y ajada, cada vez más ajada, y me habías encontrado más vieja, a pesar de mis maquillajes, de mis cremas, de mis medias que sólo salían del armario de seis en seis meses.
Me había acostumbrado a la ausencia, sinceramente debo decir que incluso me gustaba preparar tu regreso, escribirte cartas, como una adolescente, inventarme un padre para Quique que eras tú, eras en todo tú, pero eras mejor que tú porque durante seis meses al año sólo podías equivocarte la mitad de las veces.
Sin embargo, cada vez que cruzabas la puerta, cargado y exhausto, podía ver el paso del tiempo en tu cara. Si hubiera podido pedirte que renunciaras, lo habría hecho solamente para poder envejecer tranquila, en la silenciosa conformidad del paso de los días, sin darme cuenta, sin verte descubrir las marcas del tiempo en mi cuerpo, a medida que avanzabas sobre él, como los baches de una carretera desconocida.
- ¿Y llevan parches? ¿banderas negras?… Papá ¿tienen espadas?
Había perdido el miedo. El miedo a lo que podía pasarte, a que un día no quisieras regresar, o no pudiéramos reconocernos. Perder el miedo no siempre es buena señal. Por eso, mientras me contabas todos los detalles de los piratas somalíes, tranquilizándome -no va a pasar nada, imagínate lo que sería, un conflicto internacional…- llené la cuchara de mascarilla de pepino y me la metí en la boca, sin responder. Estaba asquerosa.
Aquella mañana de la mitad del año que iba en chándal cogí el teléfono sabiendo que eras tú. Con las piernas temblorosas hice cola en la primera ventanilla de información a la que se me ocurrió acudir. El funcionario abrió mucho los ojos antes de preguntar.
- ¿Piratas?
Si hubiera podido me habría tirado de la manga.
martes, 10 de junio de 2008
29. Miedo al silencio
Al menos la mitad del día lo pasaba a solas, en su casa.
Eso, bien pensado, es mucho.
Sin familia, sin amigos, sin compañeros de trabajo.
Trabajaba en casa, con su música, o escuchando la radio, siempre los mismos programas, a las mismas horas – que extraña inquietud le causaban los sustitutos temporales de los locutores de radio- incluso a veces con la tele de fondo, muy bajita, casi un rumor, esa extraña manera de sentirse acompañado.
También salía solo, muchas veces, se iba al cine, a pasear, a los bares del centro, de compras, se escapaba algún fin de semana a una gran ciudad europea.
Sin embargo, cuando sus amigos, orgullosos de su peculiar compañero de fatigas, le presentaban ante los demás como un tipo solitario, él se imaginaba a sí mismo en la cumbre de una montaña, en una playa desierta, perdido en medio del bosque.
Un escalofrío le recorría la espalda.
Eso, bien pensado, es mucho.
Sin familia, sin amigos, sin compañeros de trabajo.
Trabajaba en casa, con su música, o escuchando la radio, siempre los mismos programas, a las mismas horas – que extraña inquietud le causaban los sustitutos temporales de los locutores de radio- incluso a veces con la tele de fondo, muy bajita, casi un rumor, esa extraña manera de sentirse acompañado.
También salía solo, muchas veces, se iba al cine, a pasear, a los bares del centro, de compras, se escapaba algún fin de semana a una gran ciudad europea.
Sin embargo, cuando sus amigos, orgullosos de su peculiar compañero de fatigas, le presentaban ante los demás como un tipo solitario, él se imaginaba a sí mismo en la cumbre de una montaña, en una playa desierta, perdido en medio del bosque.
Un escalofrío le recorría la espalda.
domingo, 25 de mayo de 2008
27. Miedo al tiempo
Suplicó a su padre que pasara por delante una vez más. Él, agotado, pero dispuesto a volver con la niña dormida a casa, dió la vuelta a la rotonda y repitió la procesión por delante del enorme castillo, que despuntaba en el centro de la ciudad, mientras ella, agazapada en la parte de atrás del coche, apretando con fuerza el abrigo entre las manos, miraba de reojo la enorme torre de piedra que desde tan cerca parecía aún más impresionante. Tampoco durmió esa noche.
La niña tiene miedo a las alturas – repetían los especialistas- tiene tanto vértigo que lo siente desde el suelo.
Sólo muchos años después, durante un fin de semana largo y gracias a la devaluación del dólar, descubrío la verdad, impertérrita en lo alto de un rascacielos de Manhattan.
La niña tiene miedo a las alturas – repetían los especialistas- tiene tanto vértigo que lo siente desde el suelo.
Sólo muchos años después, durante un fin de semana largo y gracias a la devaluación del dólar, descubrío la verdad, impertérrita en lo alto de un rascacielos de Manhattan.
martes, 20 de mayo de 2008
26. Entreacto
Vale la pena. Para el reproductor de música antes de darle al play o te desquicias con el ops encima.
Visto en el salón de mi casa, donde caben tantas cosas (¡gracias mor!).
Ellos son Vetusta Morla.
viernes, 16 de mayo de 2008
24- Espejismos
Una mujer de color (rojo) salta a tiempo el bastón de un señor que se hace el ciego para no verme. Mientras, una maniquí coja (con una sola pata de palo) tiene un letrero clavado en el corazón (pantalones, 15 euros) y yo los miro esquiva mientras intento salir a la superficie. Lo consigo, y doy de bruces con un lugar dónde todas las casas tienen puerta de servicio y los hombres grises van con una bola de preso colgando de la corbata.
Subo el volumen, y aguanto la respiración (como cuando pasas cerca de la fábrica de cerveza) pero no puedo cerrar los ojos si quiero cruzar.
El semáforo ya está en verde.
La mujer de los pantalones naranja y la camisa verde tiene la piel tostada, el pelo recogido a ambos lados de la cabeza, y una sonrisa que le parte la cara en dos. Está jugando muy recta, muy recta y sonriente, a lanzar sus mazas de colores encima de la cabeza, en medio del paso de peatones, andando de izquierda a derecha, y de derecha a izquierda.
Los conductores la miran, mientras fingen mirar el móvil, el periódico, el navegador.
Los hombres y las mujeres grises le pasan al lado como una manada de elefantes, y no la miran, y no la rozan. Yo busco en mi bolso entre las velas de cumpleaños y las tarjetas de embarque y encuentro en un doblez una moneda extranjera y un poco de arena.
El semáforo empieza a temblar, ella recoge sus mazas y se acerca a los conductores, sonriendo, siempre sonriendo, con la cara partida en dos. Los conductores se sumergen aún más en sus periódicos, móviles, navegadores. Sólo un hombre, encaramado a la cabina de un camión, la mira de arriba abajo con una media sonrisa, asintiendo con la cabeza, y le da unas monedas. Ella, sin dejar de sonreir, hace una reverencia, y se aleja a toda prisa de la carretera.
Yo subo el volumen y echo a correr por entre los coches, con los cincuenta centavos escondidos en una de las líneas de la palma de mi mano.
El semáforo ya está en verde.
Subo el volumen, y aguanto la respiración (como cuando pasas cerca de la fábrica de cerveza) pero no puedo cerrar los ojos si quiero cruzar.
El semáforo ya está en verde.
La mujer de los pantalones naranja y la camisa verde tiene la piel tostada, el pelo recogido a ambos lados de la cabeza, y una sonrisa que le parte la cara en dos. Está jugando muy recta, muy recta y sonriente, a lanzar sus mazas de colores encima de la cabeza, en medio del paso de peatones, andando de izquierda a derecha, y de derecha a izquierda.
Los conductores la miran, mientras fingen mirar el móvil, el periódico, el navegador.
Los hombres y las mujeres grises le pasan al lado como una manada de elefantes, y no la miran, y no la rozan. Yo busco en mi bolso entre las velas de cumpleaños y las tarjetas de embarque y encuentro en un doblez una moneda extranjera y un poco de arena.
El semáforo empieza a temblar, ella recoge sus mazas y se acerca a los conductores, sonriendo, siempre sonriendo, con la cara partida en dos. Los conductores se sumergen aún más en sus periódicos, móviles, navegadores. Sólo un hombre, encaramado a la cabina de un camión, la mira de arriba abajo con una media sonrisa, asintiendo con la cabeza, y le da unas monedas. Ella, sin dejar de sonreir, hace una reverencia, y se aleja a toda prisa de la carretera.
Yo subo el volumen y echo a correr por entre los coches, con los cincuenta centavos escondidos en una de las líneas de la palma de mi mano.
El semáforo ya está en verde.
sábado, 19 de abril de 2008
23- A falta de textos...
Pretextos. En espera de la inspiración o del tiempo perdido les dejo por aquí las intervenciones urbanas de estos brasileños. Visto aquí.
lunes, 14 de abril de 2008
22- Lo han vuelto a hacer
He tenido que colgarlo sin remedio. Ya me habían conquistado con el anuncio de los salones (esto no se toca), y con aquel del principio, pero el dinosaurio al horno ha conseguido que definitivamente tenga que ir a por los responsables. Son la agencia de publicidad SCPF.
Si te quedas con ganas de más, puedes mirar esto
Si te quedas con ganas de más, puedes mirar esto
domingo, 6 de abril de 2008
lunes, 10 de marzo de 2008
20- ¿Y si hubiera elegido la banana?
No puedo evitar un sabor metálico al final de la boca, casi en la garganta, como cuando tomas sacarina con el café.
No es un misterio, la culpa es mía, que dejé de trabajar y abrí el litro de Mahoh demasiado pronto, a las 20 y 10, cuando me enteré de los primeros sondeos. Pasó muy rápido, comenzaron los primeros escrutinios y yo fui a la cocina a localizar la botella de cava catalán. Psoe 172, IU 3, a mí me salían las cuentas, sobre todo por aquel 138 del PP en la parte superior de la pantalla, como dándome ánimos.
No quise escuchar a los más escépticos (realistas), yo quería celebrar y celebraba, probablemente por eso cuando empezó el hundimiento, cuando las cifras de la esquinita superior derecha del televisor empezaron a desplomarse y a crecer en el sentido contrario, y las desganadas banderitas azules comenzaron a agitarse con más fuerza, yo no pude más que presentir una catástrofe.
T llegó tarde y cansado, en plena vorágine electoral."Tranquila, vamos muy bien" me dijo. Venía con los cascos puestos y no se los quitó ni para ir al baño. G se sumergía en su plato de tallarines ansiosa y en silencio. Yo los miraba a uno y a otro alternativamente, cambiaba de canal, pero los numeritos de la pantalla seguían su descenso 170-150, 169-151... T miraba la tele, oía la radio, y dejaba que su cena se enfriara sobre la mesa, yo increpaba a G para que se pronunciara, "están buenos, ¿eh?" contestaba con la boca manchada de nata y sin despegar los ojos de la pantalla.
Cuando Llamazares se despidió, una oleada de inevitable culpabilidad me hizo mirar con rabia el hemiciclo azul y rojo "No es culpa nuestra- me dijo G, que me veía compungida - el juego político". El juego político. Claro que sí, y podía haber sido peor, mucho peor...
De pronto, T se levantó de golpe, con sus auriculares puestos, y llevó los brazos arriba, puños cerrados, en una celebración silenciosa. Nosotras miramos de nuevo la tele, buscando la clave de aquel entusiasmo. Aunque fuera de peligro, la distancia se seguía acortando, así que miramos a T , espectantes, pidiendo una explicación.
Él volvió a sentarse despacio, con una media sonrisa
- ¡Gol del barça....!
En realidad todo el mundo celebraba. R me llamó ya a altas horas, "¡ganamos!" decía, y eso que votó a IU. Yo, que parece que sí que gané, desperté esta mañana sin resaca y me vestí de lunes.
El equilibrista del paso de peatones vino a trabajar como cada día sobre su monociclo.
Encima del luminoso que me orienta a diario (9:04, 5 grados) ya no hay banderola azul.* Sin embargo, Llamazares sigue colgado de las farolas y ZP posado en las ramas de todos los árboles de la calle.
"Somos más"- dice.
Hombre, pues ahí, ahí, andamos. Ahí, ahí.
*Ver post 11
No es un misterio, la culpa es mía, que dejé de trabajar y abrí el litro de Mahoh demasiado pronto, a las 20 y 10, cuando me enteré de los primeros sondeos. Pasó muy rápido, comenzaron los primeros escrutinios y yo fui a la cocina a localizar la botella de cava catalán. Psoe 172, IU 3, a mí me salían las cuentas, sobre todo por aquel 138 del PP en la parte superior de la pantalla, como dándome ánimos.
No quise escuchar a los más escépticos (realistas), yo quería celebrar y celebraba, probablemente por eso cuando empezó el hundimiento, cuando las cifras de la esquinita superior derecha del televisor empezaron a desplomarse y a crecer en el sentido contrario, y las desganadas banderitas azules comenzaron a agitarse con más fuerza, yo no pude más que presentir una catástrofe.
T llegó tarde y cansado, en plena vorágine electoral."Tranquila, vamos muy bien" me dijo. Venía con los cascos puestos y no se los quitó ni para ir al baño. G se sumergía en su plato de tallarines ansiosa y en silencio. Yo los miraba a uno y a otro alternativamente, cambiaba de canal, pero los numeritos de la pantalla seguían su descenso 170-150, 169-151... T miraba la tele, oía la radio, y dejaba que su cena se enfriara sobre la mesa, yo increpaba a G para que se pronunciara, "están buenos, ¿eh?" contestaba con la boca manchada de nata y sin despegar los ojos de la pantalla.
Cuando Llamazares se despidió, una oleada de inevitable culpabilidad me hizo mirar con rabia el hemiciclo azul y rojo "No es culpa nuestra- me dijo G, que me veía compungida - el juego político". El juego político. Claro que sí, y podía haber sido peor, mucho peor...
De pronto, T se levantó de golpe, con sus auriculares puestos, y llevó los brazos arriba, puños cerrados, en una celebración silenciosa. Nosotras miramos de nuevo la tele, buscando la clave de aquel entusiasmo. Aunque fuera de peligro, la distancia se seguía acortando, así que miramos a T , espectantes, pidiendo una explicación.
Él volvió a sentarse despacio, con una media sonrisa
- ¡Gol del barça....!
En realidad todo el mundo celebraba. R me llamó ya a altas horas, "¡ganamos!" decía, y eso que votó a IU. Yo, que parece que sí que gané, desperté esta mañana sin resaca y me vestí de lunes.
El equilibrista del paso de peatones vino a trabajar como cada día sobre su monociclo.
Encima del luminoso que me orienta a diario (9:04, 5 grados) ya no hay banderola azul.* Sin embargo, Llamazares sigue colgado de las farolas y ZP posado en las ramas de todos los árboles de la calle.
"Somos más"- dice.
Hombre, pues ahí, ahí, andamos. Ahí, ahí.
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jueves, 6 de marzo de 2008
viernes, 29 de febrero de 2008
18- "Elecciones insólitas"
“No está convencido.
No está para nada convencido.
Le han dado a entender que puede elegir entre una banana, un tratado de Gabriel Marcel, tres pares de calcetines de nilón, una cafetera garantida, una rubia de costumbres elásticas, o la jubilación antes de la edad reglamentaria, pero sin embargo no está convencido.
Su reticencia provoca el insomnio de algunos funcionarios, de un cura y de la policía local.
Como no está convencido, han empezado a pensar si no habría que tomar medidas para expulsarlo del país.
Se lo han dado a entender, sin violencia, amablemente.
Entonces ha dicho: 'En ese caso, elijo la banana'.
Desconfían de él, es natural.
Hubiera sido mucho más tranquilizador que eligiese la cafetera, o por lo menos la rubia.
No deja de ser extraño que haya preferido la banana.
Se tiene la intención de estudiar nuevamente el caso.”
No está para nada convencido.
Le han dado a entender que puede elegir entre una banana, un tratado de Gabriel Marcel, tres pares de calcetines de nilón, una cafetera garantida, una rubia de costumbres elásticas, o la jubilación antes de la edad reglamentaria, pero sin embargo no está convencido.
Su reticencia provoca el insomnio de algunos funcionarios, de un cura y de la policía local.
Como no está convencido, han empezado a pensar si no habría que tomar medidas para expulsarlo del país.
Se lo han dado a entender, sin violencia, amablemente.
Entonces ha dicho: 'En ese caso, elijo la banana'.
Desconfían de él, es natural.
Hubiera sido mucho más tranquilizador que eligiese la cafetera, o por lo menos la rubia.
No deja de ser extraño que haya preferido la banana.
Se tiene la intención de estudiar nuevamente el caso.”
Elecciones Insólitas. Último Round. Julio Cortázar
jueves, 28 de febrero de 2008
17- tiritin tin tin tin...
Sí hombre sí ¿no te acuerdas? era uno muy raro, en la dos ¿cómo se llamaba? era la época de la bola de cristal, y tenía un plató blanco y había un vagabundo con un carro de la compra lleno de libros, o algo así, y a veces daba miedo, yo cambiaba de canal pero volvía a ponerlo, como hipnotizada por aquella musiquita: tininini tititi tininini tititi tininin nin nin nin...
miércoles, 27 de febrero de 2008
martes, 26 de febrero de 2008
lunes, 25 de febrero de 2008
14- ...de un mundo raro.
Soñé que volvía allí, era verano, y me recreaba en el secreto placer de andar calle arriba mientras todos dormían.
La calle me devolvía los olores y los sonidos de entonces, aquellos que se quedaron congelados en mi cerebro. El mundo, ese otro mundo, se movía sin importarle quién era yo, ni de dónde venía, y a mí tampoco me importaba mientras andaba, calle arriba, entre la gente.
Sonidos y olores de invierno en una noche de verano, andando calle arriba mientras también yo dormía.
Fue anoche. Soñé que volvía.
viernes, 22 de febrero de 2008
11- Valores cromáticos
En el barrio de señores grises y puertas de servicio en el que paso unas 10 horas diarias, a la salida del metro, justo detrás del luminoso que utilizo cada mañana para saber si llego tarde y si efectivamente tenía que haber cogido la otra chaqueta (nueve de la mañana, seis grados) han colocado, como estandarte del inicio de la campaña, una enorme bandera vertical asida a una farola en la que se puede leer (o más bien, por su tamaño, no se puede dejar de leer) "VOTA PP".
Esta visión matutina me genera una angustia inesperada. Hasta ahora, y más allá de la inquietud lógica que llevan consigo los comicios, la precampaña me estaba resultando bastante divertida, una amante de la propaganda ingeniosa como soy no podía desdeñar las llamadas de Rajoy para preguntar dónde estoy o la canción del jubilado de moratalaz, pasando por los sofisticados videos de Isabel Coixet o el poema de Benedetti en boca de tantos. Y es que, al fin y al cabo, la campaña electoral no es más que una campaña publicitaria.
Sin embargo, esta ostentonsa exaltación me deja consternada, y me paro a pensar cómo es posible que una sola banderola azul, color que se utiliza en los cuartos de los niños y las consultas médicas por su valor relajante, pueda provocarme esta inquietud, que ni tan siquiera calman el montón de manchitas rojas desperdigadas a lo largo de la calle.
Zapatero me mira, muy poco fotogénico.
Somos más, dice.
Miro a mi alrededor... y tengo mis dudas.
Esta visión matutina me genera una angustia inesperada. Hasta ahora, y más allá de la inquietud lógica que llevan consigo los comicios, la precampaña me estaba resultando bastante divertida, una amante de la propaganda ingeniosa como soy no podía desdeñar las llamadas de Rajoy para preguntar dónde estoy o la canción del jubilado de moratalaz, pasando por los sofisticados videos de Isabel Coixet o el poema de Benedetti en boca de tantos. Y es que, al fin y al cabo, la campaña electoral no es más que una campaña publicitaria.
Sin embargo, esta ostentonsa exaltación me deja consternada, y me paro a pensar cómo es posible que una sola banderola azul, color que se utiliza en los cuartos de los niños y las consultas médicas por su valor relajante, pueda provocarme esta inquietud, que ni tan siquiera calman el montón de manchitas rojas desperdigadas a lo largo de la calle.
Zapatero me mira, muy poco fotogénico.
Somos más, dice.
Miro a mi alrededor... y tengo mis dudas.
viernes, 15 de febrero de 2008
10- Va a amanecer en plena noche (La chicana)
Ummm- dijiste- Qué rico, huele a pipas
A adolescentes en una escalera rodeados de cáscaras chupadas, a partido de fútbol, a tarde de domingo. A qué te olerían a ti las pipas. A mí aquella noche me olía a frío, a campo, a asfalto mojado, igual que aquel día que aterricé por primera vez.
Te miré de repente y eras un misterio, reconfortado con el olor a pipas, pensando quién sabe qué. Muchas veces te veía así y me gustaba pensar que cualquier día ibas a sentarme con gesto solemne y a confesarme que eras el menor de una familia de mafiosos, o que estuviste hace años embarcado en los mares del sur. "Miénteme, cuéntame una de piratas" te dije, pero no me oiste, o fingiste no hacerlo, y seguimos caminando calle abajo silenciosos, en el secreto entendimiendo de dos desconocidos.
Al fin y al cabo, no fue tan mal día.
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